Alfonso Arellano Hernández
Una de las labores más difíciles de realizar para la arqueología es lograr que un tepalcate confiese quién lo elaboró. El cuándo es más fácil de averiguar, pues existen numerosos criterios que resuelven este negocio. Pero saber qué grupo humano produjo una escultura, un edificio, una vasija o toda una ciudad es mucho más complicado, a menos que se tengan ciertos elementos como textos escritos o esqueletos en muy buenas condiciones para analizarlos con métodos químicos modernos e indagar el ADN, aparte de las comparaciones etnográficas.
El caso de Oaxaca no es diferente al conjunto de Mesoamérica, excepto en algunos casos, en los cuales puede señalarse con relativa certeza la filiación étnica de los antiguos habitantes y sus obras. Desde luego, debe hacerse hincapié en que hablar un idioma americano no necesariamente confiere etnia, aunque puede dar pistas.
La cultura zapoteca
Así, los especialistas han aceptado que los antiguos habitantes de San José Mogote, Monte Albán, Mitla, Lambityeco, Guiengola, Tehuantepec, Los Cajonos, Copalita-Huatulco, etc., eran zapotecas (figura 1). También se considera que habitan la mitad oriental de Oaxaca desde al menos 2,000 a.C. Por otro lado, conviene recordar un ejemplo muy discutido hace varios años pero que hoy ya no causa conflictos. Me refiero a Mitla. Durante largo tiempo se dijo que esta ciudad era mixteca, debido, sobre todo, a la decoración con grecas de los palacios, tal como se ven en los códices. Sin embargo, sabemos que Mitla fue fundada y habitada por zapotecas.
La cultura mixteca: los hombres de la piedra
En este sentido, los mixtecas conforman otro pueblo importante, aunque todavía existe alguna discusión sobre sus orígenes y antigüedad en Oaxaca. Arqueológicamente, los estudiosos distinguieron un grupo al que llamaron ñuiñe o “los de tierra caliente” (figura 2), que floreció entre 400 y 900 d.C., en una amplia región desde el noroeste de Oaxaca —las Mixtecas Alta y Baja— hasta el sur de Puebla y el este de Guerrero. Se le reconoce por su cerámica de color naranja —muy deseada por los teotihuacanos, y bautizada por los arqueólogos como Anaranjado Delgado—, relieves con fechas y breves escenas (figura 3), y cabecitas de piedra.
Entre los sitios donde vivieron se cuentan Acatlán (Puebla), San Pedro y San Pablo Tequixtepec, Ixcatlán, Yucuñudahui, Cuicatlán y Huajuapan de León. Hay varios datos que permiten suponer a la cultura ñuiñe como mixteca, quizá los conocidos como tay ñuu u “hombres de piedra”, que nacieron del centro de la Tierra y preceden a los ñuu savi u “hombres de la lluvia”, quienes nacieron de los árboles, en especial el de Apoala.
Los hombres de la lluvia, los ñuu savi
Estos últimos se identifican por su cerámica, lapidaria, mosaicos de piedras finas, orfebrería y códices (figuras 4, 5 y 6). Cuando Alfonso Caso excavó la famosa Tumba 7 de Monte Albán, se dio cuenta de que los materiales arqueológicos pertenecían a dos grupos claramente diferenciados: uno era el zapoteca, e identificó al otro como mixteca gracias a la comparación de las imágenes de los códices con dichos restos, según advirtió en la orfebrería y los huesos tallados.
Estos mixtecas o ñuu savi llegaron a Oaxaca procedentes del norte, muy posiblemente de Tula Xicocotitlán (Hidalgo), de la cual emigraron alrededor de los siglos x-xi d.C. durante una época de decadencia tolteca. Se sabe que entraron como conquistadores y fundaron un primer reino en Coixtlahuaca, de donde se extendieron a todas partes y se unieron con los zapotecas por medio de alianzas matrimoniales. Numerosos documentos coloniales afirman que los extranjeros no sabían el idioma tu’un savi pero lo aprendieron e introdujeron leyes nuevas. Algunas de las principales ciudades de los ñuu savi son Tilantongo, Yanhuitlán, Teposcolula, Teozacoalco y Tututepec.
Con respecto a la orfebrería, suele considerarse a los ñuu savi como productores de joyas de oro y plata y sus aleaciones. Sin embargo, en años recientes se ha planteado la posibilidad de que los verdaderos orfebres hayan sido los cuicatecas (figura 7), de acuerdo con algunas evidencias en códices y documentos coloniales. También se sabe que la metalurgia llegó, entre los siglos viii y ix d.C., de Colombia (las regiones del centro-sur: Calima, Tolima, San Agustín, Nariño; y la costera norte Zenú o Sinú), así como de Costa Rica y la región panameña de Veraguas (figura 8).
Un descubrimiento que da nueva luz de las culturas prehispánicas en Oaxaca: la Cueva del Rey Kong-Oy
Por último en este apretado resumen, vale la pena citar un hallazgo excepcional realizado hace pocos años en la región mixe. Se trata de la Cueva del Rey Kong-Oy, en San Isidro Huayápam Mixe, al noreste de Santa María Alotepec. Mide poco más de 1 kilómetro y tiene un río que fluye hacia la entrada. Además, cuenta con abundantes restos arqueológicos: entierros, ofrendas, pinturas rupestres, y esculturas de barro yacentes en el suelo (figura 9). Éstas representan felinos, hombres y mujeres desnudos, algunos en actitud de copular. Gracias a la cerámica asociada, se ha fechado entre los siglos ii a.C. y iii d.C.
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Un crisol de culturas prehispánicas en Oaxaca
Hasta aquí puede advertirse que es viable adjudicar a ciertos grupos diversos elementos culturales del pasado prehispánico oaxaqueño. Los restos más notorios corresponden a zapotecas y mixtecas, mientras otros parecen deberse a ñuiñes, cuicatecas y mixes. De otros no tenemos certeza, por ejemplo en la región de Río Verde, que puede asociarse con zapotecas o mixtecas o tal vez chatinos, pero las esculturas acusan tradiciones ajenas a Oaxaca (figura 10). Sin embargo, las investigaciones dan pauta, poco a poco, para indagar quiénes fueron los autores de ciertas obras y algunos de ellos inclusive sobrepasan las fronteras del moderno estado y aluden asimismo a los vecinos de Guerrero, Puebla, Veracruz y Chiapas.
Dije al principio que no es tarea sencilla definir vínculos entre las obras arqueológicas y las etnias. Pero gracias al trabajo de muchos especialistas y de las tecnologías modernas —por ejemplo análisis de elementos radioactivos, ADN, y otros métodos científicos que no destruyen los restos— se avanza paulatinamente en esos conocimientos. Al cabo, las ciencias antropológicas y las tecnologías “de punta” colaboran para ratificar que los pueblos modernos somos herederos de otros muy antiguos y que debemos conservar y preservar nuestro rico pasado.
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