A través de la transformación del paisaje, Blanca Gonzáles nos invita a reflexionar sobre las ideas con las que construimos el mundo.
El paisaje es todo un género dentro de la historia del arte. Muchos de nosotros hemos configurado nuestra mirada a través de múltiples imágenes sobre el tema. Gracias a esto hemos apreciado paisajes en diferentes situaciones, pero sobre todo, cuando nos encontramos en un punto que nos permite fijar nuestra mirada hacia una vasta extensión del territorio. Es en este punto en el que la artista Blanca González centra una parte de su obra.
Por tradición o convención artística, el paisaje casi siempre se sitúa en la naturaleza; supone una mirada hacia ella. A medida que el progreso y los avances tecnológicos se hacen presentes, nuestra concepción de lo que vemos también se modifica. Los avances en las vías de comunicación nos han permitido acceder a nuevos territorios o concebir los conocidos de nuevas maneras.
Blanca González y el proyecto «De Rocas y Arena»
En esta propuesta Blanca habla de estos replanteamientos del paisaje a través de las nuevas construcciones dentro de un territorio. Estas obras de ingeniería, que superan por mucho la escala humana, se convierten en una especie de interfaz para acceder a la experiencia de un lugar.
Para el proyecto, González tomó un tramo de la autopista México-Tuxpan, donde existen varios túneles y puentes. Su reflexión parte en cómo el avance tecnológico permite tener otro tipo de experiencias. Antes, las carreteras se ajustaban al lugar; ahora, es posible percibirlas de otra manera. Recordemos que recorremos el territorio a partir del camino establecido, gracias a las condiciones previas, y de esa manera se genera una vivencia; por lo tanto, nuestra visión está mediada por lo ya existente.
El paisaje y la interioridad del espectador en Blanca González
Asimismo, el paisaje no está en el afuera, es una construcción personal; nuestra mente lo recrea a través de convenciones visuales y estéticas obtenidas a lo largo del tiempo, y, consciente o inconscientemente, nos ayuda a detectarlo y a meternos en él.
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Al recorrer el lugar, González reflexiona sobre los referentes físicos que generan la experiencia del paisaje y la nueva dimensión a la que se accede gracias a las recreaciones humanas. Todos estos elementos juegan un papel clave en nuestra apreciación.
Hay un cruce de estéticas: la funcional de la ingeniería y la artística; una establece las condiciones de la experiencia, y la otra, la idea visual. Todo esto permite no solo una forma de entrar al territorio y crear una nueva concepción del paisaje, también representa una huella sobre nuestra presencia en el mundo -un antes y un después-; entonces, ese lugar ya no será el mismo.
Las ruinas y el puente
En ese sentido, en otra de sus piezas, González juega con la ficción de uno de los puentes en ruinas para reflexionar sobre la idea del vestigio dentro del paisaje. Si, por alguna razón, el puente dejara de existir, la ruina señalaría la imposibilidad de volver al estado previo del territorio. Los restos del puente, por su parte, nos dirigen la mirada y crean una idea y una narrativa diferente de paisaje; condicionan la vista y dirigen las preguntas hacia el vestigio.
La construcción sobre el territorio crea la experiencia; su desaparición crea otra experiencia: la memoria de lo que existió, el rastro.
El trabajo de Blanca González nos hace reflexionar sobre los constructos que permean nuestra forma de ver el mundo. La propia realidad es uno de ellos. El paisaje como tal es una relación estética que el sujeto establece con el espacio. La acción del hombre en el territorio resulta el primer paso para acceder a la experiencia, pero su interiorización sólo surgirá gracias al concepto de paisaje. Finalmente, será esto lo que detonará realmente nuestra capacidad de ver las cosas de otra manera.
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Vimeo: Blanca González
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