Por Claudia Alatorre
La identidad del mexicano se creó en paralelo a la construcción de nuestra nación. Sus inicios datan de principios del siglo XX, cuando la lucha revolucionaria pone fin a la dictadura militar de Porfirio Díaz e inicia un espacio de reflexión para identificar y promover los rasgos del mexicano, evitando así la exaltación de las influencias extranjeras que el régimen anterior permitía.
La preocupación por la identidad del mexicano tuvo principal atención porque de esta dependía la formación de las siguientes generaciones. Es por ello que, en el gobierno de Álvaro Obregón, se creó una institución enfocada en instruir a la población. La Secretaría de Educación Pública (SEP) tenía el objetivo de erradicar el analfabetismo, pero sus resultados serían alcanzados a largo plazo. La estrategia para salvar este obstáculo, a fin de que la población conociera la historia e identificara a los héroes y acontecimientos coyunturales que conformaron la nación, fue trasladar los conocimientos a un “discurso universal” y perdurable de tipo pictórico: el muralismo. Esta técnica plástica se convierte, entonces, en la forma de transmitir a la población la historia patria a través de un estilo artístico, como una forma de difusión de la historia nacional por medio de la imagen para las personas que no saben leer y escribir. Buscando consolidar los ideales de la Revolución Mexicana, comienza a fomentarse una vanguardia artística que se llamó “Nacionalismo Cultural”, definido como “la aspiración de un pueblo a obtener determinado nivel de independencia respecto a condiciones externas y la búsqueda de la identidad a través del regreso a los orígenes del pueblo mexicano” (2000, pág. 963).
Las artes ayudaron a crear un vínculo con la población. Diego Rivera retomó el discurso sobre la construcción de nuestra nación en la época independiente, basado en el mestizaje, y promovido por el primer presidente, Guadalupe Victoria. La idea es que, por medio del mestizaje, se buscaría erradicar las castas impuestas por el orden colonialista. El mexicano es el producto del encuentro de dos mundos: el español y el indígena mesoamericano. Rivera toma como base de su creación este mestizaje. Antonio Rodríguez dice en su libro Diego Rivera. Pintura Mural que la obra, en su cronología compleja, enmarca la larga vida de su pueblo, pero también retomando el mito y la realidad desde el mundo prehispánico hasta los hombres que nos dieron patria. Consideramos que Rivera tuvo que ser un gran conocedor y capaz de adherirse al discurso político de la historia de bronce para demostrar plásticamente los eventos que se consideran constructores de la Nación.
El recinto que preserva el ejercicio del poder ejecutivo en nuestro país es el Palacio Nacional. Fue en ese espacio donde Diego Rivera plasmó uno de sus murales más representativos: La Epopeya del Pueblo Mexicano. El pintor recuperó elementos históricos para crear un discurso plástico con el que todo mexicano se sintiera identificado a través de su belleza y complejidad. Observemos en la figura 1 un detalle de El tianguis de Tlatelolco, en donde apreciamos actividades de la vida cotidiana, tales como el comercio. En la figura 2, un detalle de La civilización Totonaca nos muestra una canasta tejida con frutos, verduras y alimentos cárnicos característicos de la dieta prehispánica. La figura 3, el mencionado mural La Epopeya del Pueblo Mexicano, ofrece la diversidad de personajes de la época moderna, que va desde campesinos trabajando hasta los obreros en acción de huelga.
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Podemos observar la manera en que, por ejemplo, Diego plasma su nacionalismo en la pintura, así como su repulsión por el extranjero conquistador. En la figura 4, detalle de La conquista de la nación azteca, Hernán Cortés sufre una distorsión mórfica, reflejando el rechazo que siente el pintor ante los actos barbáricos de los españoles en tierras mesoamericanas. Se muestra a un conquistador jorobado con piel grisácea y extremidades inusuales, representado grotescamente y provocando una contaminación visual de desarmonía con respecto a los demás elementos a su alrededor.
Sin comparamos esta pintura de Rivera con otras que tratan el tema de la conquista española, se destacan más las intenciones nacionalistas del muralista mexicano. Por ejemplo, en la figura 5, vemos una pintura de Antonio Gómez Cros (1809-1863) que se encuentra el Museo del Prado. En esta obra, titulada Hernán Cortés, el célebre conquistador de Méjico, entra con la interprete doña Marina y tres o cuatro de sus capitanes en el aposento de Moctezuma, y con imperio y resolución le manda poner unos grillos, vemos un Cortés distinto. Aparece un conquistador gallardo y sobresaliente, empoderado y dominando la escena, logrando que el gran Tlatoani baje la mirada ante él. Al comparar estas dos representaciones de un mismo personaje que fue clave en el desarrollo de nuestra historia, se muestra que Rivera expresaba, a través de colores y líneas, el fervor que sentía hacia su país. Se observa una manera didáctica de dar una lección silenciosa y estática, que llega hasta el más alto grado de deformación para mostrar su desagrado por el conquistador. Tal técnica deformadora de la imagen es inusual en Rivera, puesto que no empleó este recurso en sus obras vanguardistas abstractas y tendientes al cubismo. En esta obra, modifica la línea para expresar, por medio de la deformación, su inconformidad, sin rebasar el límite de lo reconocible para que el mensaje quede intacto y sea evidente para el espectador. Es admirable esta cautela con la que planea cada personaje, conoce de antemano al público que será dirigida la pintura y, aunque el lugar donde se encuentra el mural no habría de ser accesible para todas las personas en su momento, queda la posibilidad de que todos puedan notarlo y experimenten el desagrado ante la escena que se muestra.
Otra característica para analizar la comparación de estos dos pintores es el tiempo y espacio entre sus respectivas obras. El pintor español Antonio Gómez Cros, nacido en Valencia, estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de dicha provincia y en la de San Fernando de Madrid, donde fue discípulo de Vicente López. Llegó a ser pintor de cámara de Isabel II y participó en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, donde obtuvo tercer lugar en 1856 con el óleo La degollación de los inocentes y, en 1858, con La prisión de Moctezuma. En 1860 fue galardonado con mención honorífica de primera clase en la misma exposición.
Nótese que la obra de Rivera es del año 1951 y la de Cros 1858. Son casi 100 años de diferencia y responden a contextos diferentes. Cros es pintor de cámara y debe exaltar a la corona española en su gran conquista del Nuevo Mundo. Aunque para ese tiempo México ya era independiente del reino de España, no dejan de representar por medio de las pinturas un imperio dominante, enérgico y conquistador. Contrariamente, Rivera trata de representar dentro del Palacio Nacional una Tenochtitlan derrotada por el personaje de Cortés, en una versión diferente y opuesta al discurso extranjero. Mediante la manipulación de la historia y de una visión maniqueísta, representa grotescamente al personaje, haciendo destacable el discurso nacionalista.
Podemos observar que, en ambos casos, los artistas revelan la ideología de su tiempo, que prevalece de manera visual a través del arte. Cada uno, desde su trinchera, cuida el esplendor de su nación; uno, mediante la nostalgia de la gloria pasada, y otro, con intención de crear un futuro prometedor para las nuevas generaciones.
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Bibliografía
(2000). Historia General de México. México: El Colegio de México.
(1960). La Pintura Mural de la Revolución Mexicana. México: Banco de México.
(1976). Palacio Nacional. México: Secretaría de Obras Públicas.
Tovar, Carlos y de Teresa. (1986). Palacio Nacional. México: Presidencia de la República.
Semblanza: Claudia Montserrat Alatorre Vera es historiadora por la Universidad Autónoma Metropolitana- Unidad Iztapalapa (UAM-I) y especialista en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente estudia la maestría en Enseñanza de la Historia de México en curso en Universidad Abierta y a Distancia de México (UNADM), es docente a nivel medio superior, así como colaboradora de Fundación Guendabi’chi’ A. C.