¿Conoces los arcos del viejo acueducto de la Ciudad de Oaxaca? Te contamos un relato
Nunca se me ocurrió contar cuántas veces crucé por los arcos del viejo acueducto. Ahora me gustaría saberlo, no porque el número signifique algo en particular, sino por averiguar si, como creo, cada uno de los días de los que viví en la casa del Fortín, crucé más de un par de veces, debajo de ellos.
Mi amiga H. tenía una teoría sobre pasar debajo de los arcos, me la contó una vez que íbamos de camino a la Mezcaloteca.
Entonces H. escribía su tesis de doctorado y yo trabajaba dando clases a distancia. Coincidimos en la terraza de la casa durante la cena. H. me dijo que había estado trabajando durante toda la tarde en la computadora; se sentía agotada, iría a caminar por el centro de la ciudad para despejarse un poco. H. estaba a punto de bajar las escaleras cuando se volvió para preguntarme: ¿no quieres ir a la Mezcaloteca? Nunca he ido, le dije, hoy puede ser la primera vez. Fui a mi cuarto por un suéter y salimos de la casa.
Durante el camino hablamos de muchas cosas. De los nuevos habitantes de la casa. Del café Volador. De los muros de cantera de la ciudad. Del atrio de Santo Domingo. Del Jardín Etnobotánico…
Llegamos a la Mezcaloteca y el chico que atendía nos dijo que faltaba poco para que cerraran. De todas formas quisimos pasar y, también, de todas formas, el muchacho nos explicó el ritual para degustar mejor los mezcales; incluso, nos sirvió un poquito más de lo normal, “por ser las últimas clientas del día”, dijo.
Mientras bebíamos nuestros mezcales, H. me contó que estaba dibujando un mapa de la ciudad basado en las leyendas de la misma, prometió mostrármelo en cuanto lo terminara. De regreso a casa, pasamos por los arquitos del antiguo acueducto de la ciudad, justo donde comienza la calle Marcos Pérez.
Entonces mi amiga me contó que una leyenda decía que cuando pasabas debajo de los arcos del viejo acueducto, algo cambiaba en el tiempo, a veces, incluso, el tiempo mismo. Mira, ven, pasemos, dijo, y me llevó del brazo hasta el otro lado del acueducto. ¿Ves, ya es otro tiempo? Nos reímos y seguimos caminando hacia nuestro hogar.
Nunca olvidé la historia. Cada vez que caminaba por Marcos Pérez, me venía a la cabeza lo que me había dicho H. Así que trataba de pasar por debajo del acueducto todas las veces posibles. Me preguntaba qué cosa estaría cambiando si la historia era cierta.
Me preguntaba también si, en algún momento, el cambio podría volverse evidente o tangible. Así que comencé a llevar a muchas personas a conocer el viejo acueducto. Las hice cruzar por ahí sin decirles la historia. Luego les pregunté si sentían algo distinto o especial. A algunas de ellas mi pregunta les pareció extraña, a otras les dio risa. Hubo quienes me preguntaron si les estaba coqueteando; a veces era cierto, pero la mayor parte de las veces sólo quería saber, comprobar la historia que me había contado H. Pero nadie, salvo que estuviera coqueteando de regreso o bromeando, respondió afirmativamente a mi pregunta.
Con el tiempo, me di cuenta de que sí había habido un cambio, uno no tan evidente, pero que se manifestaba con cada una de mis visitas a los arcos del viejo acueducto.