Por Elba Paniagua
Ilustraciones: Erika Niño
Me levanté al escuchar que tocaban la puerta. Había un paquete para mí. Era una caja de madera incrustada con perlas, como las que ella usaba. Tomé la caja y la abrí. Dentro había una nota, me entusiasmé al leerla, era de ella, con la dirección y la hora de nuestra cita. Me apresuré a ponerme mi vestido favorito, el que ella me regaló, bajé a toda prisa, tropezando en los escalones, ansiosa de verla.
Logré llegar a tiempo, a la hora que marcaba la nota, a la calle que solíamos visitar, por la que caminábamos largas horas despreocupadas, haciendo tiempo, esperando, paseando tranquilamente, disfrutando de la mutua compañía. La recorrí de la misma forma que lo hacíamos ella y yo, primero los aparadores de un lado, luego los del otro, de ida y regreso, viéndolos como la primera vez como si fuera la única, contemplando los adornos, las escenas, como si viviéramos en ellas. Los grandes cristales llenos de luces que parpadeaban, tan transparentes que parecían espejos, no los recordaba de esa manera.
Esta es la calle. Exactamente igual a como hace cinco años, como hace diez, como ayer… los mismos puestos, la misma gente, aunque se sentía diferente. Pero no podía ser diferente, porque todo estaba igual, exactamente igual.
La gente que pasaba a mí alrededor me miraba extrañada, no le di importancia, la gente siempre mira así para molestar, para intimidar. Traían puestos abrigos, caminaban con el cuerpo contraído como si hiciera frío, yo no lo sentía. Cuando vas a encontrarte con alguien que amas no sientes frío, es cálido y agradable, como una chimenea, como una fogata suave, como un abrazo aplazado por la distancia, el tiempo, los pendientes, la vida; un abrazo que finalmente llega a su destinatario, un abrazo que conforta, que te recuerda quién eres y dónde estás… Yo estoy aquí, como la vez pasada, como ayer. En el piso hay charcos por doquier, no recuerdo haber visto llover, debí dormir mucho…
Una señora con flores se me acerca y me ofrece una, su aspecto es amable, ¿por qué me mira con tristeza?, yo estoy feliz. No lo pensé dos veces y la acepté enseguida, pensando en ella, sería el regalo perfecto, ver su nombre reflejado, sería sencillo confundir sus bellezas.
Tomé la más roja de todas, la tomé entre mis manos y la apreté con fuerza a mi pecho; era cálida y ligera, podía oler su perfume, sentir su esencia. La guardé con toda la delicadeza que me fue posible en la bolsa de mi abrigo. Alcé la vista para agradecerle, pero ya no estaba, en su lugar había flores marchitas. Miré a ambos lados para ver si la encontraba y nada, entonces la vi. Caminaba con la gente, entre ellos, pero pude distinguirla. Ella brillaba con su abrigo azul y sus pantalones color cielo que tanto le gustan, que le ajustan tan bien. Me moví entre la gente, encima de ellos, a pesar de ellos, para alcanzarla, pero comenzaron a cerrarse. Los empujaba para avanzar, brincando, estirándome, mirando sobre sus cabezas para no perderla, esforzándome para llegar a ella. La llamé, pero mi voz no salía o no se escuchaba, no lo sé, no estoy segura. Empecé a desesperarme, a sentir el cansancio, pero sabía que con cada paso me acercaba más, que podía llegar a ella, eso me animó.
Era tal el esfuerzo, recordé a Clemencia yendo hacia Fernando Valle, abriéndome paso entre los curiosos para evitar la ejecución, arrepentida del pasado, solo pensado en un futuro juntas. ¿Qué habrá pensado el señor Altamirano cuando escribió eso? ¿Por qué habrá sido tan cruel al separarlos de esa forma, al dejar que lo viera así por última vez, sin que él pudiera verla, sin que él supiera? …, ¿Por qué ahora pensaba en eso? Después de todo sólo era una novela, pero esto era la realidad. Yo si la alcanzaría, nada lo iba a impedir. Hice un último esfuerzo para poder tocarla, para que me viera, para que supiera que la seguía, que la estaba esperando, que quería estar con ella. Toqué su hombro y la gente desapareció, el tiempo se detuvo, o no, no lo sé, dejaron de importarme.
Volteó y me miró, me miró como nunca me había mirado, con sus ojos grandes y cafés y me sonrió con esos labios delgados y esa piel morena que nada tenía que envidiarle a ningún otro color de piel, con sus pestañas negras y largas, y sus pequeños rizos, esos que a veces caían sobre su cara.
La abracé, la abracé con fuerza y sentí ese abrazo diferente, único, como si fuera el primero, como si fuera el último. Platiqué con ella: le hablé de ella, de mí, sobre mis planes, de cuando era pequeña y de las muchas veces que le pedía que me dejara acompañarla al trabajo. Ella sonreía sin responder. Ni siquiera noté en qué momento llegamos a la casa, la casa donde vivíamos, donde vivimos.
Estábamos listas para ir a dormir, la llevé a su cama, cuando recordé la flor que me había dado la señora: sería un bonito regalo para ella, un regalo de cumpleaños, como los muchos que ella me había dado. Fui por la flor y regresé corriendo, como un niño que se emociona al lograr dibujar lo que le gusta, expectante, feliz. Ahí estaba, sentada en la cama, de espaldas a mí, me acerqué a ella y vi lo que tenía en sus manos: el prendedor, el del ángel con la piedra de color azul, su favorito, mi favorito; se lo puse en el abrigo cerca de su corazón. Después le extendí la rosa, pero no me hacía caso, ni siquiera me miraba, se la acerqué a la cara para que volteara a verme.
—¿Por qué no me respondes? le pregunté, pero no pasó nada. —No te vayas a ir sin mí. Mañana yo te acompaño y nos iremos juntas— le dije antes de salirme.
Ya no la veía mucho, no podía, tenía que trabajar, tenía cosas que hacer, pero mañana estaríamos juntas, sólo las dos. Iba a alejarme, a dejarla sola para que descansara, ella estaba enferma, eso dijeron, no podía agotarla. Caminé hacia la puerta, cuando sentí su brazo sosteniendo el mío con fuerza. Un calor empezó a pasar de su mano a la mía, en el suelo caían gotas de color rojo, mi mano estaba llena de sangre, sentía las espinas de la flor en mi mano, alzó la vista y aún conservaba la misma sonrisa. Su cara comenzó a deformarse, intenté zafarme, pero fue en vano, el calor subía cada vez más y más rápido y se distribuía por todo mi cuerpo.
—¿Quieres irte conmigo? Vámonos. Te llevo— Fue lo que me dijo. A pesar de que su voz sonaba como la de ella, que se veía como ella, sabía que no era ella.
—Yo me quiero ir con ella, tú no eres ella ¡Suéltame! ¡Yo la quiero a ella! ¡La quiero a ella! —. Ríe con fuerza con una cara alargada y grotesca, se llena de llamas y me quema la mano, su forma ya no es humana, es un ser deforme con colmillos largos y afilados, con ojos amarillos brillantes, tiene dos cuernos exageradamente largos. Su cuerpo es de un rojo oscuro, parece sangre seca. Sus uñas son largas y negras, no tiene pies, sino patas desproporcionadas. Tiene aroma repulsivo y su cuerpo lleno de tatuajes con símbolos extraños que parecen quemarse, la rosa está deshecha. Esa cosa intenta llevarme.
Me levanto al escuchar que tocan la puerta. Casi no dormí. Me visto apresuradamente y bajo las escaleras, tropezando en los escalones. Ahí está. La veo. La caja incrustada con perlas, como las que ella usa. Me entregan una nota con una fecha, su nombre y una dirección, la guardo en la bolsa. Hay gente, mucha gente, todos visten de negro con abrigos, afuera llueve y las luces de los postes parpadean. Alrededor de la caja hay flores ya marchitas, un ramo en cada esquina. La caja está abierta, me abro paso entre la gente, por sobre ellos. A pesar de ellos, murmuran cosas, una mujer me mira con lástima, ¿por qué lo hace? Me entrega una flor, una rosa, como su nombre… Cuando llego a la caja todos se hacen a un lado. Entonces la veo. Ahí está, recostada, brillando con su abrigo azul y sus pantalones color cielo que tanto le gustan, que le ajustan tan bien. El prendedor de ángel puesto en su abrigo, cerca de su corazón; pongo la rosa sobre sus manos. Está dormida, me repito mientras la miro y empiezo a platicar con ella: le hablo de ella, de mí, sobre mis planes, de cuando era pequeña y de las muchas veces que le pedí que me dejara acompañarla al trabajo, de las veces que ella quiso acompañarme al trabajo… Está dormida, solo eso, necesita descansar.
Esto es una pesadilla, un mal sueño, no es real, quiero despertar.
Ni siquiera recuerdo haberme ido a dormir, o el día anterior, o el anterior… Dijeron que estaba enferma y ¿quién no lo está?, necesita descansar, es todo, por la mañana estará mejor, cuando el sueño se acabe y hallamos despertado. Tenemos una cita, voy a verla, a platicar con ella y se me hace tarde con este sueño interminable. Me alejo mirándola, no sonríe, cuando despierte sonreirá, yo también volveré a sonreír. Camino entre la gente, ansiosa por despertar, porque ella despierte también, porque despertemos juntas.
La vida es un sueño y el sueño es la realidad, o es al revés. Sueño, realidad. Me quiero quedar en la realidad del sueño, la vida de los despiertos es simple, vacía, lógica, aburrida. Las mismas palabras, los mismos errores, las mismas cosas. No pienses más y despierta, deja de alargar la pesadilla, deshazte de todo y regresa a la realidad, al sueño, a lo verdadero. Me lo repito una y otra vez. Tengo sueño…
Todos me miran curiosos, pasan junto a mí, pero no les hago caso. No son reales. Es una ilusión. Un momento cierro los ojos, alguien me habla, abro los ojos, levanto la vista y miro hacia la ventana, el vidrio es tan transparente que parece espejo, no lo recordaba así; la lluvia cae, se escucha con fuerza, pero aun así no se opaca.
Ahí está, la veo, la veo pasar, entre la lluvia, entre las luces de los postes que parpadean. Ya es la fecha, teníamos una cita y ahí está. La nota con su nombre. El sueño se termina y yo regreso a la realidad. Traigo mi vestido puesto, el que ella me regaló. Voy tras ella, por entre la gente, por encima de ellos, a pesar de ellos. Salgo a su encuentro, ella sonríe. Ya no llueve, solo hay grandes charcos en el suelo. Platicamos recordando momentos, de ella, de mí, de cuánto la extraño. Ni siquiera noté en qué momento llegamos a la casa, la casa donde vivíamos, donde vive ella. Ni siquiera recuerdo haber dormido, o el día anterior, o el anterior…
Ahí está, sentada en la cama de espaldas a mí, me acerco a ella y veo lo que tiene en sus manos: el prendedor, el que tenía el ángel con la piedra de color azul, su favorito, mi favorito; puesto en el abrigo cerca de su corazón. Será mejor que me aleje, que la deje sola para que descanse, para que descansemos las dos, fue un día largo, revuelto, confuso, desagradable entre sueños y pesadillas. Me doy la vuelta para alejarme y siento como agarra mi brazo con fuerza. Un calor empieza a pasar de su mano a la mía, el calor sube cada vez más y más rápido y se distribuye por todo mi cuerpo.
—¿Quieres irte conmigo? Vámonos. Te llevo.
Se ve como ella, actúa como ella, se escucha igual que ella, tiene que ser ella…
Estoy cansada, cansada de la vida, cansada de los días, cansada de estar cansada. Es ella, es ella, es ella, ¿es ella?, es ella… Ya no quiero volver a sentir el tiempo sin ella. No me creo eso de que todo va a salir bien, de que todo cambio es para mejorar, yo no quiero cambiar, no quiero estar sin ella. Llévame, por favor llévame. La gente es ignorante, tonta, simple, no sabe sentir, lloran por las pérdidas, pero no aprenden nada de ellas. Yo tengo la oportunidad de estar otra vez con ella, de no soltarla, esta vez no la dejaré ir. No quiero, no puedo. La necesito. No hay vida posible en el mundo humano para nosotras. Dijeron que era cáncer, dijeron que le dolía, pero ella no se quejaba. Yo no me quejaré ahora y estaremos juntas, como ayer, como el día anterior, y seguiremos mañana y el día que sigue y el día que sigue. En ese agujero que se abre frente a mí cabemos las dos. Quédate, así como te recuerdo, como eras y siempre te seré fiel. Ya no siento el peso de mi cuerpo. Me siento feliz, sonrío, cierro los ojos y me dejo llevar…
— Sí quiero, vámonos.
Elba Lillian González Paniagua es egresada en Literatura Dramática y Teatro por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Realiza su tesis sobre Isabel Prieto de Landázuri. Sus líneas de interés e investigación son los Estudios de Género, Literatura del siglo XIX, y temas relacionados al horror y el terror. Ha escrito reseñas de cine y novela corta en publicaciones independientes, así como traducción de poesía. Tradujo textos y realizó pláticas sobre migración e inclusión en la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), colaboró en los eventos del Centro Cultural Coreano y participó en el Coloquio sobre Cultura Coreana realizado por el COLMEX. Actualmente, brinda asesorías de reseña literaria en Librería Porrúa, colabora con ChildFund México en el área de Patrocinio Internacional y participa en obras de teatro independientes con temática histórica y literaria. Es colaboradora de Fundación Guendabi’chi’ A. C.