Por Amalinalli Armendariz
Desde que el ser humano habita este planeta se ha empeñado en tratar de aprender y alcanzar la verdad acerca de todo lo que le rodea. Siempre observando, experimentando, creando hipótesis para convertirlas después en leyes físicas, siguiendo razonamientos. Actualmente nos encontramos ante un mundo hiper globalizado, donde el acceso a la información está al alcance de un click. Sin embargo, ¿cómo podemos declararnos absolutos conocedores de la verdad? ¿Podemos creer todo lo que leemos? ¿Tener tanta información nos convierte en seres sabios?
Nicolás de Cusa, filósofo alemán del siglo XV, considerado el padre de la filosofía alemana, en su libro La docta ignorancia,sostiene que es imposible conocer las verdades absolutas, debido a que la naturaleza de la verdad es diferente de la naturaleza del hombre.
¿Cuál es esa naturaleza de la verdad y cuál es la del hombre? De Cusa concibe al ser humano como un pequeño Dios imperfecto o en potencia, con la posibilidad de desarrollarse, pensar y acercarse a la verdad: un ser finito, imperfecto, pero perfectible; en contraste con la verdad: lo absoluto, lo infinito, y lo perfecto.
La idea principal de Nicolás de Cusa en La docta ignorancia,es la siguiente: “Deseamos verdaderamente saber que somos ignorantes. Si consiguiéramos alcanzar esto plenamente, habríamos alcanzado la docta ignorancia. […]. Y tanto más docto será cualquiera cuanto más se sepa Ignorante” (Cusa, 1973). De algún modo, pareciera que este pensador sugiere que resulta preferible y hasta recomendable cultivar, reconocer y aceptar nuestra ignorancia, tal como lo hizo el filósofo griego Sócrates quien, a pesar de todo, mantiene la motivación para intentar superar las dificultades y aproximarse al saber.
Sin embargo, la ignorancia no tiene una buena reputación, decirle a alguien ‘ignorante’ es un insulto doloroso y, si se acompaña de una actitud desdeñosa, es suficiente para que el aludido sienta angustia y pena de sí mismo. Entonces, ¿por qué deberíamos de aceptarnos gustosamente ignorantes?
Para Cusa, reconocer la propia ignorancia no significa resignarse ante la imposibilidad de aprehender algo -sobre el mundo, la vida o la infinitud-, no se trata de cruzarse de brazos y dejar de intentar aprender, cultivarse y conocer, (recordemos que no hablamos de una ignorancia común); sino que, detrás de la renuncia a la pretensión del supuesto conocimiento, surge la importancia de que el individuo reconozca las limitaciones que tiene en él mismo, por su condición humana.
Es decir, al saber que para nosotros es imposible alcanzar la verdad de las cosas, ni cómo son en su totalidad -pues son incomprensibles para nuestro entendimiento-, lo que podemos hacer es aceptarlo y utilizar esto en nuestro propio beneficio, intentando reducir los errores cometidos resultados de nuestro razonamiento humano en pos de la verdad, pues “todo conocimiento por medio de la razón discursiva es aproximado, y toda ciencia es ‘conjetura’” (Copleston, 1979); esto, con la intención de evitar cometer pretensiones de sabiduría absoluta en terrenos donde sólo vemos las cosas de manera parcial.
Así, este tipo de ignorancia que “procede del reconocimiento de la infinitud y trascendencia de Dios. Es, pues, una ignorancia “instruida”, o ‘docta’”. (Copleston,1979). En otras palabras, el sujeto que acepta su condición finita ante lo infinito, aún tiene ese deseo de conocer y para ello realiza una evaluación acerca de cuál y en qué cantidad encuentra la ignorancia en sí y en su alrededor; de modo que la persona que aspira a conocer lo exterior, debe primero conocerse a sí mismo.
En este punto, invito al lector a una reflexión express: ¿qué tanto aparentamos saber?, ¿qué nos motiva a aprender?, ¿qué tanto conocemos nuestras propias limitaciones?
Cuando Nicolás de Cusa propone esta docta ignorancia, renovó la forma en que el humano se aproximaba al mundo, así como las concepciones que existían en su época. Flasch sostiene que Cusa “quería presentar una nueva manera de pensar acerca de las cosas divinas, un nuevo modus ratiocinandi in rebus divinis” (Flasch, 2003). Para esto, formuló procedimientos que podrían considerarse antecedentes de los métodos y razonamientos científicos.
Desde mi punto de vista, Cusa mantiene su visión del hombre en un carácter objetivo y comprometido con el hombre mismo, así como una preocupación genuina hacia el método para obtener el conocimiento. ¿Se imagina el lector todo lo nuevo que podría conocer si se asume la propia ignorancia y se presupone ignorante ante muchas cosas que en teoría ‘ya conoce’?
En este punto, ha llegado a mi mente un recuerdo del cual no he conseguido rastrear su origen, en él se decía que cuando un vaso está lleno es imposible verter más líquido en él. Me parece un símil adecuado para la propuesta de Cusa, pues cuando creemos tener la verdad absoluta sobre todo, nos cerramos a cualquier otra posibilidad, nuestra ignorancia “no docta” nos ha impedido aproximarnos a la verdad, a lo real.
¿Nuestra tarea? Convertirnos en ‘ignorantes doctos’. Reconozcamos nuestra ignorancia proveniente de nuestra especie, contexto sociodemográfico, socioeconómico y, posteriormente, reconozcamos la propia, puede ser un proceso gradual que paulatinamente nos acerque cada vez más a la verdad, aunque sólo sea en cierto grado.
Y tú, ¿qué tan ignorante eres?
¡Seamos amigos de la ignorancia!
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