por Teresa Cortés y Elba Paniagua
Lo que nos hace grandes es el hecho de poder ver lo pequeños que somos
Martí Montferrer
En julio de 1969, una nueva era se inauguraba y el mundo de la investigación científica no volvería a ser el mismo. El ser humano, en su ambivalencia de ser finito y, al mismo tiempo, creador de realidades inimaginables, logró una hazaña que seguiremos contando con emoción a las generaciones que nos sucedan. Había pisado, por primera vez, la Luna. Esa musa que causó inspiración desde el principio de la humanidad.
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A veces, al igual que al arte, acercarnos a la ciencia nos resulta intimidante ya que han sido tantos los avances, descubrimientos, etapas, épocas, que pareciera un mundo incomprensible e inaccesible. Lo cierto es que la ciencia está más cerca de nosotros de lo que creemos, e interactuamos con ella todos los días. En un afán por entender el mundo que nos rodea, generaciones de investigadores han utilizado la información recopilada para avanzar en el conocimiento del entorno, del mundo y por supuesto del espacio.
Personalmente, esa curiosidad por conocer más sobre mi entorno se acrecentó durante este tiempo de confinamiento. Decidí dejar de escuchar tantas noticias sobre la crisis actual provocada por la pandemia, que solo alimentaban mi temor y ansiedad, y comencé el viaje hacia capítulos desconocidos de épocas pasadas, guiada por una experta en expediciones alucinantes: mi imaginación.
Era domingo, y me encontraba haciendo mis quehaceres cotidianos. Había hallado la manera adecuada para fluir en esas actividades que tanto me costaban realizar. Mientras trabajaba, escuchaba videos de temas científicos que, dada mi formación como humanista, representaban un acercamiento a ese mundo tan desconocido. Así, ponía en marcha ambos hemisferios de mi cerebro; por un lado, trabajaba manualmente y, por el otro, intentaba comprender lo que estaba escuchando. Y esa tarde, en medio de los calcetines y la ropa, a la par de escuchar la historia de SpaceX, empresa fundada por Elon Musk, corrí al teléfono y le conté a Elba, mi gran amiga, mi naciente fascinación por los temas del espacio. De esa plática, que ocurrió hace un par de meses, coincidimos en un mismo punto: la expedición al espacio no habría sido posible si no hubiera comenzado con un sueño.
Una ilusión soñada por Julio Verne, George Méliès, George Wells, Cyrano de Bergerac, y otros más, con un único propósito: viajar a la Luna. La fascinación provocada por el satélite ha trascendido épocas y fronteras. Inspiración de escritores y atracción de académicos. Lograr alcanzar ese astro significó un espectáculo constante, sobre todo, para la cultura occidental. Las formas de llegar, regresar y lo que encontrarían en el lugar, eran pensamientos que variaban según la imaginación de cada quien. Sin embargo, el propósito no era la exploración, sino la ilusión que provoca la conquista, lo nuevo e inexplorado.
El 24 de julio se cumplen 51 años de que el Apolo 11 completara su misión, al regresar con éxito del único satélite natural de nuestro planeta. Antes que el hombre lo lograra, existieron diversos intentos para aterrizar en su superficie. Sin embargo, estos llevaron a encontrar maneras más efectivas para lograr su objetivo.
En el contexto de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se encontraban en constante competencia. El ganador de la carrera espacial sería aquel que lograra el sueño lunar. Ante ello, el presidente John F. Kennedy ya había advertido en 1961 que la llegada del primer hombre a la Luna sería por parte de los Estados Unidos, antes de que terminara la década.
Así comenzó el Programa Apolo, primero con pruebas de lanzamiento y, posteriormente, tratando de poner a seres humanos en órbita. Kennedy fue asesinado dos años después de su anuncio, así que el Programa se desarrolló bajo el mandato del presidente Lyndon B. Johnson. Finalmente, el alunizaje se concretó durante el gobierno de Richard Nixon.
No fue sencilla esa proeza, pues grandes errores se cometieron en ese camino. En un ejercicio de entrenamiento, la misión Apolo 1 fracasó. Sus tres tripulantes, Gus Grissom, Edward White y Roger Chaffee, murieron calcinados debido a un incendio en la cabina (Bartra, 2016). Después de un par de ensayos sin tripulación, llegó la misión Apolo 7, en 1968, la primera que volvía a llevar humanos después de aquel trágico accidente. La siguiente, Apolo 8, aterrizaría en la Luna por primera vez, pero la carrera espacial no estaba ganada mientras un hombre no pusiera un pie sobre nuestro único satélite natural. Esa y las dos siguientes misiones sirvieron para reconocer características del espacio a las cuales se enfrentarían más tarde con el lanzamiento del Apolo 11.
Los encargados de tal empresa fueron los astronautas Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins; mismos que despegaron el 16 de julio de 1969, desde el Centro Espacial John F. Kennedy. Cuatro días después, el 20 de julio, sucedió el alunizaje, cuando el módulo lunar Eagle aterrizó sobre la superficie del satélite. Y seis horas después, el 21 de julio, los astronautas descendieron. Armstrong, como comandante, fue el primero en pisar la Luna. Segundos antes de hacerlo, dijo: “That’s one small step for man, one giant leap for mankind” (un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad). Le siguió Buzz Aldrin, personaje que, tiempo después, inspiró a los productores de Pixar para nombrar al comandante espacial Buzz Lightyear. Collins fue comisionado para quedarse orbitando en el Módulo de Mando y Servicio, que en esa misión fue llamado Columbia; él tenía la orden de abandonar a los otros dos en el espacio, si algo salía fuera de lo previsto. Afortunadamente, aunque por momentos parecía que no se lograría, todo permaneció bajo control y los tres tripulantes del Apolo 11 pudieron aterrizar el 24 de julio en el océano Pacífico, sanos y salvos.
Este hecho significó la culminación de la carrera espacial y la Unión Soviética reconoció el triunfo de los Estados Unidos. Como lo indica la señora Josefina Villa quien, en 1969, vivía en la Ciudad de México y tenía 16 años de edad: “millones de personas vieron la transmisión por televisión, las familias pudieron contagiarse de la emoción que significaba la llegada del hombre a la Luna”. Aquel suceso significó una nueva era para la humanidad.
Diversas culturas, desde griegos, egipcios, aztecas, y demás, atribuyeron poderes a la Luna y, en algunos casos, la colocaron al nivel de deidad. Su adoración era natural por inaccesibilidad, su conquista impensable. Sin embargo, si este viaje no hubiera empezado como un sueño en la cabeza de algún hombre, la sorprendente hazaña nunca se habría realizado. He ahí el motor de la realidad.
Referencias
Bartra, A. [El Robot de Platón]. (2016, agosto 3) El viaje a la luna explicado. [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=DqaNOm08A44
Cuartas, P. (2019, septiembre) Por qué fuimos a la Luna. Recuperado de https://revistas.udea.edu.co/index.php/almamater/article/download/339577/20794345
Santaolalla, J. [Date un Vlog]. (2019, julio 20) Así fue el viaje a la Luna del Apolo 11 – con Martí de @cdeciencia [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=h-Z1bTGi5Qs
Teresa de los Ángeles Cortés Villa es pasante de la licenciatura de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Forma parte del Seminario Permanente de Historia y Música en México de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Actualmente forma parte del equipo de Redacción Digital QUIXE. Contacto: teresa.cortesv00@gmail.com
Elba Lillian González Paniagua es egresada en Literatura Dramática y Teatro por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Realiza su tesis sobre Isabel Prieto de Landázuri. Sus líneas de interés e investigación son los Estudios de Género, Literatura del siglo XIX, y temas relacionados al horror y el terror. Ha escrito reseñas de cine y novela corta en publicaciones independientes, así como traducción de poesía. Tradujo textos y realizó pláticas sobre migración e inclusión en la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), colaboró en los eventos del Centro Cultural Coreano y participó en el Coloquio sobre Cultura Coreana realizado por el COLMEX. Actualmente, brinda asesorías de reseña literaria en Librería Porrúa, colabora con ChildFund México en el área de Patrocinio Internacional y participa en obras de teatro independientes con temática histórica y literaria. Es colaboradora de Fundación Guendabi’chi’ AC