Luz nocturna

por Ethan Buendía

Ilustraciones: Itzel Gil

Solo la tenue luz de las brasas iluminaba la armería. Y el golpeteo de los martillos era atronador. De las paredes colgaba todo tipo de armamento que cualquier soldado pudiera desear: arcos, cuchillos, lanzas, flechas. Pero era aquella hacha la que atraía a Kokan. —Tal vez pueda llegar a un acuerdo con el armero— pensó Kokan. Después de todo necesitaba una buena arma.

—¡Cincuenta k’ines! Es un precio injusto. Con eso podría pagar una lanza y un escudo— reprochó Kokan al enterarse del costo del hacha.

—Es una buena arma. Además de un trabajo excelente. No tendrá que preocuparse por afilarla después de cada corte. Eso es seguro. ¡El precio es justo! — dijo firmemente el armero con un acento tosco. Su rostro era duro y recio, curtido por la experiencia de los años.

Era un arma hermosa, de eso no había duda. Con cada movimiento, la obsidiana oscura brillaba con un sinfín de colores. Ahora verde, ahora roja, ahora gris. Pero Kokan no podía darse el lujo de gastar el poco dinero con el que aún contaban. Además, Mar Idir le cortaría la otra pierna con la misma hacha si se enteraba de su precio.

—¡Vamos viejo, sólo cuento con veinticinco k’ines! Necesito el resto para pagar la posada de esta noche—. Kokan ponía los k’ines en pequeños montones sobre la mesa.

—¡Ni hablar! En todo el pueblo no encontrarás mejores armas. Eso te lo puedo asegurar. Además, ¿para qué quiere un mandoble alguien como tú? Esgrimirla requiere de dos manos… y dos piernas— dijo el armero mientras bajaba lentamente la mirada hacia los pies de Kokan.

Habían pasado cuatro años desde que los quemer lo tomaron prisionero, pero Kokan no podía olvidar aquel fatídico día.

Adelante, ahora eres libre de irte y decirle a ese maldito rey exiliado lo que le espera en el norte— le dijo el líder de los quemer después de destrozarle la pierna izquierda.

Esa risa macabra aún estaba en sus pensamientos, atormentándolo… destrozándolo. Sólo los dioses sabían cómo había podido llegar al campamento de sus compañeros. Cuando Yousunn lo encontró estaba casi muerto.

Habrá que curarla para detener la infección. Esto te dolerá, amigo— Jasaw siempre era directo y esta vez tenía razón. El dolor fue tal que Kokan perdió el sentido apenas sentir el cuchillo entrar por su piel.

—¿Y bien? ¿Pagarás el precio? — Dijo el armero mientras se cruzaba de brazos. Su voz trajo de vuelta a Kokan de sus recuerdos.

—Parece que no hay trato. Prefiero dormir bajo un techo y comer un buen guisado— respondió Kokan.

—Largo de aquí entonces, sólo me haces perder el tiempo. Tengo otros clientes que atender— contestó molesto el armero.

Fuera de la armería lo esperaba Mar Idir quien conversaba con unos niños. —¿Ves? Si lo sujetas así evitarás que se desamarre. Así tu hermano y tú estarán seguros cuando vayan a recoger agua—. Mar despidió a los pequeños con una sonrisa y volteó hacia donde se encontraba Kokan. Sus ojos eran hermosos. O al menos eso es lo que él siempre había pensado. Eran tan oscuros que brillaban como la luz de las estrellas. Había algo extraño en ella, algo que atraía a las personas.

—Es hora de irnos Mar. Estos norteños son demasiado avaros—. Kokan avanzaba torpemente por la calle. La pata de palo era útil en terrenos sólidos. Pero en aquel lugar lleno de lodo suponía más un lastre que una ayuda. —Necesitaré tu apoyo, Mar, debemos subir a esa pequeña loma para buscar alguna señal de Jasaw. Dijo que aparecería recién terminara la puesta de Sol.

—Al parecer no obtuviste lo que buscabas. ¿Qué te dijo el armero? — Mar siempre había sido diferente a otras mujeres. Siempre directa, nunca dudaba en preguntar y era capaz de percibir cuando las personas tenían problemas. —Parece que fue eso ¿dijo algo sobre tu… pierna?

Kokan guardó silencio. No le agradaba que nadie le recordara lo de su pierna. Era una gran pérdida. La más grande de su vida. —Aunque ya no seas un gran guerrero, aún tienes otras habilidades. Grandes habilidades. ¿Recuerdas cuándo curaste a Yik’in de la picadura de escorpión? O cuando salvaste a esos chicos de los lobos encendiendo una gran pira de fuego. Además, eres el único que conozco que ha escuchado a los ancestros. ¡Vamos Kokan!, perder la pierna también trajo cosas buenas. Además, te hace ver más atractivo— Mar Idir sonreía mientras decía estas palabras. Sus respuestas siempre tenían un extraño efecto en él. Lo hacían seguir adelante. Lo motivaban.

—Aquí está bien. Desde este lugar podremos ver cuando Jasaw se acerque—. Kokan movía la cabeza hasta que miró el firmamento. —Al menos tenernos un cielo despejado sobre nosotros.

Mar dirigió su vista hacía el horizonte. —Y la Luna ya comienza a asomarse. Mira — señaló con su blanca mano.

—¿Sabes?, los norteños tienen muchas historias sobre los cielos estrellados— dijo Kokan dijo a su compañera. — Una vez, uno de sus hechiceros me contó que, hace mucho tiempo la Luna no brillaba en el cielo. También me dijo cómo se hizo acreedora de tener un rostro en forma de conejo.

—La Luna tiene rostro de conejo porque fue envidiosa y cobarde cuando los dioses crearon el mundo —respondió Mar.

—Puede que sea cierto, pero, para los norteños, la Luna y el conejo fueron amante hace mucho tiempo —dijo Kokan.

—¿Amantes? —El rostro de Mar era de completa incredulidad, mientras esbozaba una leve sonrisa—. ¡Vaya que a los norteños se les ocurren cosas increíbles!CONEJOYLUNA-2

— ¿Te gustaría escuchar la historia? — Kokan no había bajado el rostro para mirarla, parecía no haberla escuchado.

—Venga, pues. El Sol comienza a ocultarse y aún falta tiempo para que Jasaw llegue. Una historia servirá para pasar el tiempo mientras esperamos… pero procura que sea interesante— dijo Mar mientras tomaba asiento junto a Kokan quien seguía observando el cielo.

—Hace muchos años —comenzó a decir Kokan—, en el antiguo reino de Sotrós, existió un gran guerrero llamado Jenocó. Aunque Jenócó no era el más fuerte de sus compañeros, tenía la ventaja de ser muy hábil e inteligente, además de ser un gran estratega. Un día, mientras caminaba por las calles, Jenóco pasó frente al palacio real donde pudo observar a la joven y hermosa princesa Secre Lenes. Cuando ambos se miraron quedaron completamente enamorados. Después de un tiempo, Jenocó y Secre Lenes, en secreto, se juraron amor eterno bajo el rostro de los ancestros.

La tarde se hacía más oscura. Las estrellas comenzaban a iluminar la bóveda celeste, y sin darse cuenta Mar también comenzó a mirar el cielo mientras escuchaba atentamente.

—La noticia no tardó en llegar hasta los oídos del rey, quien estalló en cólera —continuó Kokan, observando detenidamente el rostro de Mar. —Jenocó era un gran guerrero, pero pertenecía a una familia humilde. Pronto, el rey intentó deshacer la relación de ambos jóvenes por todos los medios posibles. Cuando se presentaba la oportunidad, el rey enviaba a su mejor guerrero a realizar empresas cada vez más difíciles con la única intención de que Jenocó muriera en alguno de sus viajes. Al ver que todos sus intentos fallaban, el rey imploró a los dioses por su ayuda, mintiéndoles con susurros de que Jenocó buscaba ser más grande que cualquier mortal, más grande, incluso, que los propios dioses. Ofendidos, los Dueños del Mundo no tardaron en actuar y acordaron castigar al joven por su tan grande soberbia.

—Es extraño, ¿cómo alguien puede enamorarse así sin más, con una sola mirada? —preguntó Mar, mientras una pequeña brisa hacía agitar su cabellera castaña.

—Bueno, ella era hermosa y él muy apuesto— respondió Kokan, mientras se sonrojaba al mirar como la luz de las estrellas comenzaba a iluminar el rostro de Mar.

—Una tarde —continuó Kokan—, Jenocó se encontraba cazando en las montañas cuando, de pronto, avistó una hermosa loba de pelaje rojizo con manchones blanquecinos. Armado con arco y flecha, Jenocó dio caza a la loba, logrando herirla en una de sus patas. Jenocó se dio cuenta que la loba era la Madre de la Tierra transformada. Todo había sido una trampa para castigar al joven. —Como castigo por herirme, te condeno a vivir el resto de tu vida como un conejo y ser perseguido por esas manadas de lobos que tanto deseas. ¡No habrá magia mortal ni divina que pueda romper este hechizo y tu sufrimiento terminará cuando hayas sido devorado por los lobos! —exclamó la Madre de la Tierra mientras se desvanecía en una nube de polvo que se llevó el viento.

—Es un destino cruel para ambos amantes— dijo Mar mientras encogía las piernas y las tomaba con sus brazos— los dioses del norte son crueles ante el amor.

—La historia aún no termina, y cada quien recibe lo que merece pues ese es el designio de los dioses— respondió Kokan.

—El rumor del infortunio de Jenocó pronto llegó a la princesa, quien cayó en una profunda tristeza. Conmovidos por su llanto, los dioses quisieron saber cuál era el motivo de tal dolor en la joven. Una tarde el Dueño de los Vientos, el mensajero de los dioses, se presentó ante Secre Lenes para intentar consolarla. Fue entonces cuando supo la verdad. El Dueño de los Vientos voló tan deprisa como pudo a las cortes divinas del Padre de los Cielos para transmitir la noticia.

» Cuando los dioses se enteraron de que habían sido engañados por el rey de Sotrós, decidieron castigarlo por su pecado. El Padre de los Cielos envió al Dueño de los Vientos de vuelta a la tierra para traer a la princesa ante sus dominios celestes. Los dioses del mundo decidieron convertirla en una hermosa luz blanca que iluminaba las penumbras de la noche para que todos pudieran admirar su belleza, lejos del alcance de cualquier mortal que deseara hacerle daño. Por todas partes, el Padre de los Cielos buscó a Jenocó, temiendo que hubiera sufrido tan cruel destino al que había sido condenado. Afortunadamente, pudo encontrarlo y llevarlo consigo. Sabiendo que Jenocó y la princesa Secre Lenes nunca recobrarían su forma humana, los dioses decidieron que sus almas fueran confidentes eternas y habitaran en los cielos.

Kokan veía al horizonte en busca de señales de Jasaw y sus ejércitos.

— ¿Y qué pasó con el rey de Sotrós? — preguntó Mar—.

—Los Dueños del Mundo siempre son justos y bondadosos —respondió Kokan—. Recompensaron al rey por su engañó. Día tras día, el rey fue condenado a mirar todas las noches una Luna con rostro de conejo, sabiendo que en verdad eran su hija y Jenocó amándose eternamente. Los norteños cuentan que cuando hay Luna llena es porque la princesa y el joven guerrero hacen el amor.

Ethan Arbil Buendía Sánchez es licenciado en Historia por parte de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha participado como ponente en la Universidad Autónoma Metropolitana, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el Centro Comunitario Ecatepec-Casa Morelos y la Universidad Nacional Autónoma de México. Su tema principal de enfoque es cultura maya, principalmente la historia de la religión, cultura y política del periodo Clásico (250 d. C-900 d. C.)

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