Lo que no pudo ser, ahora es monumento histórico

Por Viridiana Rivera

Ilustración: Erika Niño

El Monumento a la Revolución, ubicado en la Plaza de la República en el centro histórico de la Ciudad de México, es en realidad un vestigio del Palacio Legislativo que gestionó, desde 1896, José Yves Limantour -Secretario de Hacienda y Crédito Público en turno-. El proyecto se sometió a un concurso internacional fallido que, finalmente, fue ignorado y se optó por la búsqueda de un buen arquitecto en el ámbito internacional. Fue así como Émile Bénard, un arquitecto francés famoso por sus muestras en las exposiciones internacionales, fue elegido como líder del proyecto por la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP). Se mudó a la Ciudad de México en compañía de su familia, y presentó su propuesta para ser dictaminada por ingenieros y arquitectos mexicanos de renombre.

Así, se llevó a cabo la construcción, cuyo tamaño era enorme y de dimensiones nunca antes construidas en México, ni manejadas por Bénard en otros proyectos. Todo su trabajo fue supervisado por la SCOP, lo cual lo limitaba en la petición de mano de obra y presupuesto. Conformó un gran equipo interdisciplinario para dicha empresa.

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Cortes transversales sobre la gran escalera, la sala de pasos perdidos y la Cámara de diputados del Palacio Legisltivo, Émile Benard, 1904, plano arquitectónico, Secretaría de Comunicaciones y Transportes (STC).

A pesar de la meticulosa organización, la falta de experiencia de todos en este tipo de construcción, la inestabilidad del terreno, las discrepancias entre los miembros del equipo y el estallido de la Revolución Mexicana en 1910 -meses después de la ceremonia de inauguración del proyecto- en 1911 se frenó todo. Los escándalos in crescendo por el despilfarro monetario, los trabajadores accidentados en el levantamiento de la cúpula central, y la renuncia de Porfirio Díaz al gobierno llevó a Manuel Bonilla, Secretario de Comunicaciones, a pedir a Bénard la suspensión de las obras del Palacio Legislativo y rescindir su contrato del proyecto.

Bénard se regresó a Francia, pero en 1922 volvió a México para intentar concluir su sueño, y emplear los encargos escultóricos que pidió a artistas franceses para el magno edificio, los cuales no pagó en su momento. Intentó sacar provecho del esqueleto de hierro que se había montado hasta ese momento, pero fracasó en el intento y falleció deseando que su “domo” -como él le nombró- fuera convertido en un Panteón de los Héroes de la Revolución Mexicana.

Para 1932, la pobre cúpula fue abandonada, sufriendo saqueos de sus estructuras de hierro para las vías férreas; e incluso se trató de vender ese espacio para construir un hotel. Los pupilos de Bénard lucharon por impedirlo, e inmediatamente después, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia negoció con Alberto J. Pani, Ministro de Hacienda en turno, que los restos del Palacio Legislativo se convirtieran en lo que conocemos hoy como Monumento a la Revolución. La reconstrucción tardó cinco años en recubrirse con piedra nacional. La edificación se abarató, reduciendo el uso de materiales. Santacilia convocó un concurso para escultores que decoraran los remates de cada columna. El ganador fue Oliverio Martínez, quien creó alegorías de La Independencia, las Leyes de Reforma, las Leyes Agrarias y las Leyes Obreras, siendo estas dos últimas los símbolos de la Revolución Mexicana.

Con este caso, vemos cómo un fracaso arquitectónico se resignificó y se resimbolizó como monumento. A diferencia de los arcos de triunfo que existen en el mundo occidental, esta edificación no pretendió, desde un inicio, ser como tal un arco monumental, aunque la gestión de Pani y Santacilia emplearon el eufemismo de “arco de triunfo” para catalogar esta construcción. El nacionalismo mexicano implementado y repensado de la década de los treinta llevó a los restos fúnebres del Palacio Legislativo de Bénard a formar parte de uno de los tantos proyectos improvisados del gobierno mexicano para quedar bien con sus ciudadanos.monumento_revolucio?n2

Bibliografía

Pérez Siller, J. & Bénard Calva, M (2009). El sueño inconcluso de Émile Bénard y su Palacio Legislativo. Hoy Monumento a la Revolución. Artes de México: Ciudad de México, págs. 89-192.

Semblanza: Viridiana Rivera Solano es historiadora e historiadora del arte. Entre sus líneas de investigación e interés, están las vanguardias históricas del siglo XX, el modernismo, la estética de los totalitarismos y el vínculo entre arte y política. Ha participado en coloquios nacionales e internacionales, y ha publicado textos de investigación en diferentes espacios académicos y no académicos. Actualmente trabaja como directora, editora y relaciones públicas en la gestión de proyectos culturales y en la coordinación de publicaciones de Fundación Guendabi’chi’ A. C.

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