Por Claudia Alatorre
Fotografía: Carlos Bustamante
Este 2019 se cumplen 115 años del inicio de la construcción de esta edificación, y 85 años de haber sido concluida. Aquí, un pequeño homenaje.
El Palacio de Bellas Artes es una construcción consagrada a las expresiones del arte y la cultura. Hoy en día es un punto de encuentro que embellece el espacio urbano con su majestuosa arquitectura, considerada patrimonio artístico (Zapett 1985, 27) Pero también es un sobreviviente de la Revolución Mexicana. Para conocer su historia debemos remontarnos hasta el gobierno de Porfirio Diaz.
Se acercaba la conmemoración del centenario de la Independencia de México y una forma de celebración sería la reconstrucción del Teatro Nacional; pero por el excesivo costo de las remodelaciones para revertir el deterioro producto del paso del tiempo, se decidió que se construiría de nuevo en otra locación, dejando atrás la antigua calle de Vergara, hoy Bolívar.
El nuevo proyecto estaría a cargo del italiano Adamo Boari, quien aspiraba a superar las construcciones parisinas; su meta era realizar una obra más glamurosa que el teatro de Ópera de París (Boari, 1979, 75). Sus intenciones coincidían con las ideas y deseos porfiristas de proyectar una imagen progresista y modernista del país, de que México figurara entre las metrópolis más importantes del mundo. Esta etapa se conoce como “la bella época”, caracterizada por modificar la estructura espacial de la ciudad, construyendo calles, avenidas y jardines con la intención de embellecerla:
En esta época se percibe un aumento de la importancia de la capital como centro político, social, religioso, artístico…y la necesidad de mostrar a través de ella el nuevo poderío político, los nuevos sistemas sociales, las nuevas costumbres, el nuevo orden de vida, en fin, todo lo que implica vivir en sociedad bajo cánones impuestos por los gobernantes (Fernández 1987, 84).
El proyecto que encarnaría todas las ambiciones progresistas y modernistas del Porfiriato, como se mencionó, quedó asignado a Boari. Su objetivo era crear un teatro para festejar el centenario de la independencia y tenía que estar a la altura del evento. La fastuosidad del recinto tenía que ser inigualable, por ello se adoptaron los más novedosos estilos artísticos, tales como el Art Nouveau, que responde a perfiles evocadores de la caprichosa curva inspirada en el humo del cigarro. Sin duda el estilo más actual que se aplicaba en Francia:
El estilo mezclaba venturosamente las curvas del oriente y del occidente, lo que de ninguna manera implicaba regenerar el pasado en un momento en el que cada país se sentía a hacer gala modernizándola de sus formas arquitectónicas típicas (Boari 1979, 75)
Sin duda, era el arte perfecto para los ideales planteados que remarcaba la nacionalización y apropiación de nuestro pasado mesoamericano, mezclándolo con las nuevas formas adoptadas de los ideales europeos.
El levantamiento del recinto comenzó en 1904 con los sistemas y materiales constructivos más novedosos: estructura de acero, concreto y revestimiento de mármol. Pero la obra se vería interrumpida por dos problemáticas que impedirían lograr el fin para el que fue creado. El primero fue en 1907, debido al hundimiento de la construcción. El terreno, que en épocas prehispánicas correspondía a un lago, ahora tenía que sostener un edificio de miles de toneladas: el suelo cedió y, hasta hoy, tanto el teatro como la ciudad entera continúan hundiéndose. La otra problemática que dejaría inconclusa la obra serían los movimientos sociales de la Revolución Mexicana.
El proyecto no se retomaría hasta la intervención de Pascual Ortiz, en 1932, cuando se asignaría su conclusión al arquitecto Federico Mariscal, quien eliminaría todos los excesos de lujo ambicionados durante el Porfiriato. Sin embargo, la esencia de este monumento sería modificada desde la raíz, pues en lugar de ser un teatro con grandes salas para eventos sociales, lo convertirían en:
“Una construcción social y de utilidad pública, que atendiera, fomentara y difundiera las Bellas Artes en toda su extensión, desde pintura, música, danza […] acompañada del teatro que era su esencia en principio y así el gasto no sería inútil para el país”. (Gorostiza 1934, 31)
Así, la construcción se finalizaría en el año de 1934, dando una gran satisfacción por el logro de la magna obra arquitectónica pese a sus numerosas dificultades. El Palacio de Bellas Artes sigue siendo, hoy en día, un sobreviviente ante las adversidades del país.
Bibliografía
Boari, A. (1979). La construcción de un teatro. México: SEP- INBA.
Fernández, M. (1987). La ciudad de México. De gran Tenochtitlán a mancha urbana. México: DDF.
Gorostiza, J. (1934). El Palacio de Bellas Artes: Informe que presentan al Señor Ing. Marte R, Gómez Secretario de Hacienda y Crédito Público, los directores de la obra, Señores -Ing. Alberto J. Pani y Federico Mariscal. México: Cvltvra.
Zapett Tapia, A. (1985). El Palacio de Bellas Artes (1904-1934). México: UNAM.
Semblanza: Claudia Montserrat Alatorre Vera es historiadora por la Universidad Autónoma Metropolitana- Unidad Iztapalapa (UAM-I) y especialista en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente estudia la maestría en Enseñanza de la Historia de México en curso en Universidad Abierta y a Distancia de México (UNADM). Es docente a nivel medio superior, así como colaboradora de Fundación Guendabi’chi’ A. C.
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