Relato: Una peligrosa pandemia

Un relato de pandemia

Este es mi relato de pandemia:

El miedo de la gente crecía más rápido que el virus. Ya había pasado un mes desde que la pandemia había comenzado. Se hablaba de decesos en todo el mundo y la cifra crecía todos los días. Era cuestión de tiempo para que la mitad de la población desapareciera. En tan sólo un mes, el virus se había esparcido más rápido que cualquier otro que haya existido. Por primera vez, la humanidad acordaba las mismas medidas para prevenir la propagación. Entre ellas, un periodo de tres meses en paro absoluto de actividades, excepto aquellas que se consideraban esenciales, incluidos comercios que proporcionaban artículos de primera necesidad.

Salí a comprar algo a la tienda, a unos cuantos metros de mi casa. La gente usaba cubrebocas y guantes, pareciendo de otro mundo, mirándose entre todos con sospecha, como si estuvieran desesperados por temor a experimentar síntomas de la enfermedad y obtener un diagnostico positivo. La gente recuerda que está viva solo al borde de la muerte. El virus se contagiaba por contacto físico, así que la higiene era indispensable pero, ¿qué de higiénico tenían unos guantes sudados pegados a la piel durante horas, o un cubrebocas salpicado con la saliva de todo el día? Sentí asco. Había pánico entre la gente; apenas alguien tosía y se sentía la tensión en el ambiente.

Tuve miedo. Escuchaba en los noticieros las cifras de muertes, veía lo que pasaba en otros países, la gente abandonada en las calles, algunos decían que era castigo divino, no se hablaba de otra cosa. Había un grupo vulnerable: diabéticos, hipertensos, obesos… Luego tosí y mi cabeza se llenó de ideas, quería correr al hospital; y luego, recordé una historia que escuché hace tiempo:

Había una vez, un niño que temía a la oscuridad, le causaba un terror inexplicable. Tan solo pensar en ella le provocaba ansiedad. Carecía de autocontrol, le angustiaba creer que la oscuridad podía tener vida y que podía comérselo o que algo saldría de ella para agredirle. Quería terminar con esa angustia y creía poder hacerlo solo; después de todo, nadie entendía cómo se sentía, excepto él mismo. Un día se cansó de ese sentimiento, de dormir con la luz encendida, de pensar en cosas que podrían pasarle, de llenar su cabeza de ideas y torturarse con los mismos pensamientos una y otra vez. Imaginó el lugar más oscuro al que podía ir. Una noche al fin se decidió, salió por la ventana de su casa y se internó en el bosque que se levantaba cerca de su casa. Era un lugar conocido por todos; ese pensamiento le dio la confianza para dar el primer paso.

Ilustración digital
Ilustración digital, Jorge De León

Cada sonido que escuchaba le causaba malestar, era como el anuncio de algo más grande, un peligro inminente que se hallaba escondido. Aun así, siguió caminando, no se detuvo: estaba determinado a vencer su miedo sin importar las consecuencias. Lo que sea que se ocultara, no sería lo suficientemente poderoso para detenerlo, ya no. Así que siguió avanzando, convencido de que solo así vencería su miedo…

Al día siguiente el niño había desaparecido. Buscaron por todas partes, nadie sabía nada de él ni se le había visto. Se adentraron en el bosque, aunque dudaron que el niño pudiera estar ahí, ya que todos conocían su miedo a la oscuridad. Muy lejos de su casa, en lo más profundo del bosque, más lejos de lo que cualquiera podía haber llegado, se hallaba un lago cubierto por una hermosa variedad de plantas con un niño ahogado en la superficie. Concluyeron que había sido un accidente, todos estuvieron de acuerdo, excepto una persona. Su hermana mayor lo no creía, debía existir una razón para que su hermano hubiese ido a ese lugar; era inquieto, pero no imprudente.

Así, buscó entre sus cosas para hallar algo que le ayudara a entender qué había pasado con su hermano. Su hermana sabía de su miedo a la oscuridad, pero no de la obsesión que le causaba. Encontró su diario. Se sorprendió con lo que halló: había relatado su plan para vencer su miedo. Había trazado un camino, el cual lo llevaría de regreso a casa; era como si solo diera una vuelta y regresara sin mayor problema, pero en la oscuridad, es fácil perderse. Sin embargo, eso no explicaba el ahogamiento de su hermano, ni siquiera había un lago en la ruta. Esa noche, decidió hacer lo mismo, siguiendo la misma ruta descrita en el diario. Adentrándose en el bosque, ella no sentía miedo ni le asustaba la oscuridad.

Caminó tranquilamente, entendió que eran normales los ruidos, después de todo era un bosque. No se hizo ideas en su cabeza ni imaginó monstruos saliendo de entre las ramas; simplemente caminó, tan lejos como su hermano pudo haber llegado, tratando de seguir la misma ruta. En algún momento sintió que había caminado demasiado, pero ya no podía regresar… solo restaba continuar, quizá su hermano había tenido el mismo sentimiento, el de no detenerse.

A lo lejos vio algo, una luz intensa, apenas perceptible. Caminó hacia ella y conforme se acercaba, la luminosidad crecía. Corrió hacia ella y se detuvo de golpe. La luz era brillante, la hermana miro a su alrededor y reconoció el lugar. Estaba frente al lago, el mismo donde habían hallado a su hermano, la luna iluminaba intensamente la superficie. Fue cuando lo entendió todo. Su hermano no se había caído intencionalmente: desesperado por escapar de la oscuridad, había corrido hacia la luz, cayéndose en el lago. Tratando de salvar su vida, la había perdido.

La historia ahora tenía sentido en este contexto del virus. No puede vencerse un miedo solamente enfrentándolo; el mal existe, no se niega, pero intentar vencerlo sin entenderlo es correr sin detenerse y sin saber por qué se hace. Debe existir un propósito, un lugar hacia donde ir. ¿Cómo se puede luchar contra lo que no se entiende?, cuando el miedo se apodera de la razón y provoca creer en mentiras que consuelan, que protegen. La mente se llena de ideas, crea otras nuevas para no enfrentar la realidad; no se analizan los hechos, se cree en lo que dicen y se mira lo que se quiere ver, lo que se necesita ver. En la desesperación de escapar, tomamos salidas fáciles y seguimos al resto del grupo sin entender por qué. Es mejor seguir lo que la mayoría cree que entender de lo que nadie quiere ver.

La gente cambia de un miedo a otro todo el tiempo, consolándose sabiendo que no son los únicos o los peores; pero eso solo disfraza el miedo de aparente calma, ocultándolo detrás de lo cotidiano. El miedo es la pandemia del ignorante. La gente corre sin sentido como el niño, esperando que todo termine. Para enfrentar su miedo, tendrían que abolir sus creencias y volver a empezar. Tendrían que morir y ser otro ser, y sin embargo el miedo seguirá causando miedo.

La mayoría tendrá esta pandemia como el único recuerdo excitante de su existencia que se resume en el logro más primitivo del ser humano; el de la supervivencia. Para otros, significará aprovechar la vida al máximo con un derroche de energía y entrega al placer sin sentido. Pero para un grupo, el más reducido, será la oportunidad de volver rutinaria la comprensión de sus miedos, enfrentarlos sin prisa, uno a la vez. Ellos ya no serán los mismos, no escaparán, ni morirán ahogados persiguiendo una ilusión ¿En qué grupo estarás cuando todo esto haya terminado?

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Por Elba Paniagua

Ilustraciones: Jorge de León


Elba Lillian González Paniagua es egresada en Literatura Dramática y Teatro por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Realiza su tesis sobre Isabel Prieto de Landázuri. Sus líneas de interés e investigación son los Estudios de Género, Literatura del siglo XIX, y temas relacionados al horror y el terror. Ha escrito reseñas de cine y novela corta en publicaciones independientes, así como traducción de poesía. Tradujo textos y realizó pláticas sobre migración e inclusión en la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), colaboró en los eventos del Centro Cultural Coreano y participó en el Coloquio sobre Cultura Coreana realizado por el COLMEX. Actualmente, brinda asesorías de reseña literaria en Librería Porrúa, colabora con ChildFund México en el área de Patrocinio Internacional y participa en obras de teatro independientes con temática histórica y literaria. Es colaboradora de Fundación Guendabi’chi’ A. C.

2 comentarios en “Relato: Una peligrosa pandemia

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