por Claudia Alatorre
La muerte acompaña de la mano al ser humano en su recorrido sobre la tierra. Sus aliados, por mencionar algunos, son el tiempo, los accidentes, las enfermedades y el suicidio. En este caso, hablaremos de las enfermedades. Sabemos que el humano, con su ingenio, ha creado medicamentos y vacunas para controlar su propagación. A la par, nuestro cuerpo ha creado resistencia ante varias enfermedades, como la peste, el paludismo, el cólera, la tuberculosis, difteria, poliomielitis, entre otras (Ramos, 2009).
Hoy en día, cuando hablamos de enfermedades nos referimos a que en nuestro cuerpo se ha alojado un agente externo, causando malestar. En el siglo XVI, las personas tenían concepciones diferentes. En Europa, creían que las enfermedades eran producto del mal del ojo, la brujería o un castigo de Dios. En América, específicamente en Mesoamérica, hablando de las culturas que habitaron nuestro territorio nacional, concebían la enfermedad como un desequilibrio del cuerpo causado por el agua, la tierra, el fuego, o también como castigo de un dios. En Mesoamérica, a diferencia de Europa, los síntomas de una enfermedad eran atribuidos a deidades específicas. Por ejemplo, Tláloc (Fig.1) era relacionado con cualquier tipo de inflamación por acumulación de líquidos, presente en enfermedades tales como lepra, sarna, artritis e hidropesía, es decir, la acumulación anormal de líquido en algún tejido. Se intentaba curar estos males mediante casas de vapor, llamadas temazcales, palpaciones, enemas, hierbas, minerales, ungüentos y rindiendo culto a la deidad a la que perteneciera la dolencia (Jaén y Murillo ,2005, págs. 884 – 887). Existían los ticilt, curanderos que realizaban tanto sacrificios como la curación de heridas; tenían un gran conocimiento del uso de plantas medicinales y gozaban de reconocimiento social. Estas labores estaban destinadas a personas adultas, quienes debían tener mucha experiencia en la comunicación con los dioses y en el uso de las plantas medicinales. Los ticilt curaban enfermedades digestivas, infecciosas, respiratorias, osteo-articulares, traumáticas y anomalías del desarrollo (Jaén y Murillo, 2005, págs. 875). Estas patologías eran conocidas, y la tradición sobre cómo tratarlas era heredada de generación en generación.
Europa y Mesoamérica, a pesar de las diferencias geográficas y climáticas, tuvieron similitudes ideológicas sobre las concepciones de la enfermedad, puesto que las consideraban como un castigo. Los ticilt y la población mesoamericana en el siglo XVI, experimentarían “la ira de sus dioses” a través de patógenos desconocidos que acabarían con la vida de millones de nativos. Las nuevas enfermedades introducidas al continente por los conquistadores españoles arrasarían con casi toda la población nativa a través de tres grandes epidemias. Estas acontecieron desde 1520 a 1560, época del contacto de dos civilizaciones muy diferentes y momento en que fue conquistada la Gran Tenochtitlán, que en décadas siguientes pasó a ser considerada como parte de la Nueva España (Guevara, 2017, pág. 2).
Tal vez nunca conoceremos el número exacto de la población mesoamericana anterior a la conquista porque no existen fuentes que lo corroboren; en la actualidad, es asunto de debate. Un gran estudioso del tema, Woodrow Borah, ha determinado que en Mesoamérica vivían aproximadamente 22 millones de personas. Misioneros y soldados españoles dejaron testimonio a través de sus crónicas y describen con gran detalle la belleza, organización y multitud de personas que habitaban la Gran Tenochtitlán, sobre todo en los mercados de Tlatelolco (Fig. 2).
Digo esto, porque a caballo nuestro Capitán, con todos los más que tenían caballos, y la más parte de nuestros soldados, muy apercibidos fuimos al Tatelulco, y iban muchos Caciques, que el Moctezuma envió para que nos acompañasen: y cuando llegamos a la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente, y mercaderías que en ella había, y del gran concierto y regimiento, que en todo tenían (Díaz, 2004, pág. 59).
Como ya vimos, parte de la derrota de la gran civilización mesoamericana se debió a la presencia de patógenos desconocidos que desataron epidemias. Este término se refiere al brote explosivo de una enfermedad infecciosa que se propaga en un país, región o comunidad durante un periodo de tiempo determinado. (Susser, 1991, pág. 14). Suele afectar simultáneamente a un gran número de personas y se denota por un aumento inusitado y temporal del número de contagiados por la enfermedad. Hipócrates fue quien, por primera vez, usó este término en la antigua Grecia para referirse a ciertas enfermedades (Hipócrates, 1989, pág. 358).
La primera epidemia que experimentaron los nahuas, los habitantes del altiplano central mexica, fue llamada Huey Záhuatl, que se traduce como “gran lepra” o “granos grandes” (Encabezado) El contagio de viruela entre la población fue devastador. Los nahuas empezaron a sentir dolor de cabeza y espalda, delirios, diarrea, náuseas y vómitos, sangrado excesivo, fatiga, fiebre alta, erupciones rosadas que se transformaba en úlceras y al octavo día se hacían costras. La epidemia se extendió rápidamente en ese año y el siguiente, provocando una pérdida de entre 5 y 8 millones de personas en la región.
La segunda epidemia, en el año de 1531, fue llamada Záhuatl tepiton, traducido como “lepra chica” o “granos chicos”. Este mal epidemiológico tuvo una propagación más mortífera y alcanzó a eliminar entre 14 y 17 millones de personas. Los nuevos estudios de Elena Guevara han determinado que el virus que se propagó en está ocasión fue el sarampión, cuyos síntomas son erupciones rojizas en la piel, pequeñas manchas blancas dentro de la boca, fiebre, tos, moqueo nasal, conjuntivitis, sensación de dolor y malestar.
La tercera y última epidemia que afectó a la población mesoamericana fue el Huey Cocolitzi o “gran peste”, y se propagó a través del aire contaminado entre los años de 1545 a 1548. Se ha identificado que el virus fue transmitido por un roedor (Jiménez, 2012, pág. 2). Los síntomas que sufrió la población fueron fiebre alta, fuerte dolor de cabeza, sed, sequedad en la boca, vértigo, ictericia -color amarillento de la piel-, oscurecimiento de lengua y la orina, disentería -parásitos y diarrea-, dolor torácico y abdominal, abscesos en el cuello, trastornos neurológicos severos y profusas hemorragias por la nariz, ojos y boca. La muerte llegaba a los enfermos tres o cuatro días después de presentar los primeros síntomas. El número aproximado de muertes fue de 2 millones de personas.
Si hacemos el cálculo, las muertes mesoamericanas tras estas tres epidemias fue de aproximadamente 21 a 27 millones de individuos, con un 10% de población sobreviviente, es decir, una verdadera crisis de despoblación nativa. Los españoles, a través de las encomiendas y sus registros de tributo, fueron notando el descenso abrupto de la población, tomando con mayor frecuencia la cantidad exacta de tributarios.
Las enfermedades del viejo mundo arrasaron con la población nativa de México, la cual descendió en un 90% entre 1519 a 1607. La recuperación de la población indígena de nuestro país se iniciaría hacia el siglo XVII y concluiría en el siglo XX (Borah, 1962, pág. 6). ¿Cuáles son las consecuencias de este lento aumento de población indígena? Motivó el hecho de que migrantes españoles y esclavos africanos poblaran las grandes áreas despobladas del país. Los pocos indígenas que quedaron vivieron un proceso de mestizaje que la historia recordaría como conformación de las “castas” (Fig. 3). Para mantener la estratificación social, cada persona dependiendo de su origen debía tener su propia carta de pureza de sangre; lo cual limitaba los espacios de trabajo. La población novohispana se volvió jerarquizada y europeizada, ya que los rasgos mesoamericanos se habían perdido con la evangelización y debido a la despoblación masiva y epidemiológica que implicó la conquista europea.
Bibliografía
Borah, W. y Cook, S. (1962). La despoblación del México Central en el siglo XVI. California: Universidad de Berkeley.
Díaz del Castillo, B. (2004). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Tomo II. Madrid: Biblioteca Saavedra Fajardo.
Guevara Flores, S. (2017). La construcción sociocultural del cocoliztli en la epidemia de 1545 a 1548 en la Nueva España. Barcelona: Universidad Autónoma de Barcelona.
Hipócrates. (1989). “Epidemias” en Tratados Hipocráticos. Madrid: Gredos.
Jaén Esquivel, M. y Murillo Rodríguez, S. (2015). Las enfermedades en la cosmovisión prehispánica. México: INAH.
Jiménez, M. (2012). Huey Cocoliztli en el México del siglo XVI: ¿Una enfermedad emergente del pasado? Madrid: Blog Virus emergentes y cambio global.
Ramos Calvo, R. (2009). Enfermedades extinguidas del pasado. España: Organización Médica Colegial de España. Véase: www.medicosypacientes.com/articulo/enfermedades-extinguidas-del-pasado
Susser, M. (1991). Conceptos y Estrategias en Epidemiologia: El pensamiento casual en las ciencias de la salud. México: Secretaria de Salud-Fondo de Cultura Económica.
Claudia Montserrat Alatorre Vera es historiadora por la Universidad Autónoma Metropolitana- Unidad Iztapalapa (UAM-I) y especialista en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente estudia la maestría en Enseñanza de la Historia de México en curso en Universidad Abierta y a Distancia de México (UNADM), es docente a nivel medio superior, así como colaboradora de Fundación Guendabi’chi’ A. C. mail: claudia.m.alatorre@gmail.com