Por Ethan Buendía
Sin lugar a dudas, el evento más relevante de los últimos días ha sido la pandemia del COVID-19. Lo que hace alarmante a esta enfermedad es su capacidad de propagación. Sin embargo, ¿sabías que el ser humano se ha enfrentado a una larga lista de epidemias sumamente peligrosas? Así es, nuestros ancestros lograron sobrevivir a diferentes enfermedades que amenazaron su existencia. Te invito a revisar las siguientes líneas donde encontrarás una breve descripción de algunas de las afecciones más importantes de la historia y podrás apreciar que las epidemias han sido una constante para la humanidad.
Epidemias en Egipto
El país de los faraones fue protagonista de buena cantidad de enfermedades que mermaron su población. Una de estas fue la tuberculosis (Mycobacterium tuberculosis), un mal frecuente entre los antiguos egipcios (Figura 1). De hecho, gracias al estudio de algunas momias se ha podido determinar la existencia de tuberculosis vertebral, “el mal de Pott” (Moreno-Sánchez, et. al., 2018, p. 152), entre los estratos más altos de la sociedad.
Pero la referencia más llamativa sobre epidemias en el antiguo Egipto ha llegado hasta nosotros a través del Antiguo Testamento. El Éxodo habla de la plaga que mató a buena parte de los infantes egipcios, entre ellos el hijo del propio faraón. Aunque no sabemos cuál fue la enfermedad que asoló a los egipcios en aquel momento -pues incluso se ha planteado que se trató de una nube de gas tóxico proveniente del interior de la tierra-, lo cierto es que este fue el motivo por el cual el pueblo judío fue expulsado del país de las pirámides.
La plaga de Atenas
La antigua polis griega de Atenas fue víctima de una de las primeras epidemias de la cual se tiene registro escrito. Entre los años 430-429 a.C., apareció una enfermedad nunca antes vista en el mundo heleno (Figura 2). El historiador Tucídides, contemporáneo de la plaga, dejó constancia de la epidemia en su obra Historia de la guerra del Peloponeso, y registró que la plaga comenzó en Etiopía, ascendiendo a Egipto y Libia, para extenderse después por el imperio persa, entrando finalmente en la ciudad de Atenas (ca. 404-396 a. C., VIII, p. 117).
Se estima que la plaga acabó con una cuarta parte de la población ateniense (Rodríguez Cuenca, 2006, 18), incluido el afamado político ateniense Pericles. Tucídides también describió los síntomas de la enfermedad: fiebre, sangrado de la lengua y garganta, tos constante, vómito y pústulas o llagas en la piel. (VIII, pp. 117-118). Además, nos cuenta la desesperación y terror que causó entre los habitantes, quienes pensaban que la epidemia se trataba de un castigo enviado por el dios Apolo.
No sabemos a ciencia cierta cuál fue la enfermedad que desató la plaga de Atenas. Es posible que se tratara de fiebre escarlatina, tifus, viruela o sarampión. Sea como fuere, lo cierto es que durante más de un año la antigua polis griega sufrió los estragos de una epidemia desconocida para ese entonces.
La peste Justiniana
También conocida como la Plaga de Justiniano, pues aconteció en tiempos del emperador bizantino Justiniano -quien aparentemente contrajo la enfermedad-, fue una de las pandemias más mortíferas en la historia de la humanidad (Figura 3). En 541 d.C. Europa, África y Asia fueron asoladas por la peste. Esta epidemia duró cerca de setenta años y terminó mezclada con la viruela (Ledermann, 2003, p. 13).
La plaga se extendió desde Etiopía hasta Egipto, y desde Alejandría hasta Antioquía. A través de las rutas comerciales cruzó el Mediterráneo llegando a Constantinopla y propagándose posteriormente a Europa (Ruis i Gibert, 2019, pp. 121-122). Se ha estimado que la peste causó entre 5,000 a 10,000 muertes diarias. De esta forma, al finalizar el primer brote de la epidemia, casi la mitad de los habitantes de Constantinopla habían fallecido a causa de la enfermedad. En términos generales, la peste Justiniana acabó con la vida de entre 30 y 50 millones de personas (Alejo, 2018).
Los síntomas de la plaga de Justiniano son similares a los de la peste Negra, acontecida casi ochocientos años después: fiebres altas, ganglios linfáticos hinchados y bubones en axilas e ingles que al reventarse despedían un olor fétido. “Su funesto impacto perduró hasta 590 d. C. y no perdonó pueblo alguno” (Rodríguez Cuenca, 2006, p. 19).
La peste Negra
Durante el siglo XIV, el Viejo Mundo estuvo a merced de una de las pandemias más mortíferas de la historia: la peste Negra de 1348 d.C. La enfermedad era producida por la bacteria Yersinia pestis -responsable de la peste bubónica, la peste neumónica y la peste septicémica- transmitida por la picadura de pulga común que habita en las ratas. Las malas condiciones de salubridad de las ciudades medievales, así como su sobrepoblación permitieron que la epidemia se propagara rápidamente a lo largo de todo el continente europeo.
La peste Negra también tuvo graves consecuencias en Asia. Así, se ha planteado que la epidemia inició en Catay (China), pasando a Egipto, Arabia y Europa (Ledermann, 2003, p. 13) a través de las rutas de comercio. En China y en la India, la enfermedad produjo una mortandad del 60 al 90%. De hecho, casi mil años antes, durante el siglo IV, el continente asiático había enfrentado otros brotes de peste en el noroeste de China, los cuales terminaron con la vida de 7 de cada 10 enfermos (Rodríguez Cuenca, 2006, p. 20). Al igual que en Europa, la propagación de la peste se debió principalmente a la existencia de la rata y sus pulgas.
Se ha establecido que la peste Negra arribó a Europa a través de barcos mercantes genoveses, los cuales provenían del puerto de Caffa, en la península de Crimea, a orillas del Mar Negro. Sin embargo, ¿cómo llegó la enfermedad al Mar Negro? Recordemos que durante el siglo XIV el imperio mongol se encontraba en expansión, abarcando un territorio que iba desde China hasta el este de Europa.
En 1350, los mongoles bajo el mando de Khan Janibeg sitiaron la ciudad de Caffa. Los sitiadores viajaron con la peste desde China. “Janibeg concibió la brutal idea de catapultar sus cadáveres sobre las murallas de la ciudad: así murieron sitiados y sitiadores. Algunos genoveses sobrevivieron y llevaron 12 galeras a Messina, Sicilia, transportando la peste al continente europeo” (Ledermann, 2003, p. 14). Estas embarcaciones hicieron escala en diferentes puertos europeos como Pisa, Génova, y Marsella, dando inicio a la peor pandemia en la historia (Ruis i Gibert, 2019, p. 122).
Los síntomas de la peste Negra eran fiebre, tos con sangre, sangrado por los orificios del cuerpo y la aparición de bubones en axilas e ingles. Para hacer frente a la epidemia, se optó por aislar y acordonar a los enfermos, además de establecer periodos de espera de 39-40 días para las embarcaciones provenientes de puertos extranjeros. Finalmente, durante los cinco años que duró la epidemia, Europa perdió entre el 30%-40% de su población (Figura 4). “Se calcula que en el periodo de 1346 a 1350 murieron 200 000 000 de seres humanos” (Moreno Sánchez, et. al., 2018, p. 153).
La viruela llega al Nuevo Mundo
Por siglos, el continente americano estuvo aislado del resto del mundo. Aunque existieron diversas enfermedades que afectaban a las poblaciones autóctonas, ninguna supuso una epidemia que aniquilara cientos de miles de vidas. En este sentido, las enfermedades infecciosas tenían un carácter endémico y, en general, las poblaciones prehispánicas sufrían más de males artríticos y enfermedades producidas por parásitos (Rodríguez Cuenca, 2006, p. 25).
Sin embargo, a principios del siglo XVI, los grandes descubrimientos geográficos supusieron el contacto entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Así, pues, diversas enfermedades también llegaron al continente americano por primera vez. En este sentido, las poblaciones nativas pasaron por un momento crítico, pues se enfrentaron a una de las epidemias más mortíferas de la historia: la viruela. Aunque en Europa era bien conocida la afección y sus consecuencias, los pueblos amerindios no tenían anticuerpos que les permitieran hacer frente a esta nueva enfermedad.
Evidentemente, las conquistas de México y Perú se debieron en gran medida a las epidemias de viruela que azotaron a su población. Así, por ejemplo, en 1550 habitaban 7 millones personas en el imperio Inca. Tres décadas después, la viruela había reducido la población a 1 millón 800 mil (Rodríguez Cuenca, 2006, p. 26). En el caso de México, la Visión de los vencidos describe la situación de los habitantes de Tenochtitlán previo a la caída de su ciudad:
Cuando se fueron los españoles de México y aún no se preparaban los españoles contra nosotros, primero se difundió entre nosotros una gran peste, una enfermedad general […] gran destruidora de gente […] Algunos bien los cubrió, [por todas partes de su cuerpo] se extendió, en la cara, en la cabeza, en el pecho […] Ya nadie podía andar, nomás estaban acostados, tendidos en su cama (León-Portilla, 2007, p. 123).
La epidemia de viruela mató a decenas de miles de personas en México-Tenochtitlán, entre ellas el penúltimo tlatoani mexica, Cuitláhuac. Los mexicas dieron el nombre de hueyzáhuatl o hueycocoliztli a viruela (Figura 5). De acuerdo con las crónicas de los españoles, la viruela llegó a México a través de un esclavo negro, Francisco Eguía, que arribó con las tropas de Pánfilo de Narváez. Así, a lo largo del siglo XVI, la población nativa de Mesoamérica se redujo entre un 40% y 80% (Cevallos, 2002, p. 11).
Como hemos podido apreciar, las enfermedades han sido una constante en la historia de la humanidad. Si algo podemos sacar de este breve estudio es una visión optimista del pasado: siempre el ser humano ha terminado por prevalecer frente a las más tremendas epidemias (Ledermann, 2003, p. 16). Y el reciente mal que nos afecta no será la excepción, pues la sociedad poco a poco está tomando las medidas necesarias para evitar su propagación y reducir el número de contagios y defunciones.
Bibliografía
Alejo, Sergio. “La plaga de Justiniano”. Disponible en: https://www.sergioalejogomez.com/la-plaga-de-justiniano/. Consultado el 20 de marzo de 2020.
Cevallos, Miguel Ángel. (2002). “El destierro de la viruela”, en ¿Cómo ves?, no. 45 (agosto): 10-16.
Ledermann D., Walter. (2003). “El hombre y sus epidemias a través de la historia”, en Revista chilena de infectología, vol. 20: 13-17.
León-Portilla, Miguel. (2007). Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 29ª ed.
Moreno-Sánchez, Francisco, et. al. (2018). “Las grandes epidemias que cambiaron el mundo”, en Anales Médicos, vol. 63, no. 3 (abril-junio): 151-156.
Rodríguez Cuenca, José Vicente. (2006). Las enfermedades en las condiciones de vida prehispánica de Colombia. Bogota: Editorial Guadalupe.
Ruis i Gibert, Cristina. (2019). “La peste a lo largo de la historia”, en Enfermedades emergentes, vol. 18, no. 3: 119-127.
Tucídides. (1986). Historia de la guerra del Peloponeso [ca. 404-396 a. C.]. Barcelona: Ediciones Orbis S. A.
Ethan Arbil Buendía Sánchez es licenciado en historia por parte de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha participado como ponente en la Universidad Autónoma Metropolitana, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el Centro Comunitario Ecatepec-Casa Morelos y la Universidad Nacional Autónoma de México. Su tema principal de enfoque es la historia cultural, especialmente de Mesoamérica.