por Claudia Alatorre
Ilustraciones: Erika Niño
Es fácil caer en el constante bombardeo de fake news que, desde las redes sociales, atemorizan con sus títulos amarillistas: las incesantes estadísticas que muestran una realidad posible a empeorar si no permanecemos inmóviles en nuestros hogares. Como en mi caso, ascendía y descendía el caos en mi cabeza.
—¿Qué hacer ante un escenario tan limitante? —me preguntaba—. Después de un rato me aburren las redes sociales y, definitivamente, no pienso hacer videos en Tik Tok; soy demasiado tímida.
Tanta información en internet y en la tele era, incluso, un tema de conversación en los grupos familiares. No faltaba el integrante que se la pasaba reenviando infinidad de información, el que no creía nada, el que decía que todo era un complot, o el que solo criticaba y se quejaba: que si los hijos, el esposo, el novio, el jefe…
—¡YA BASTA! ¡Ya tengo suficiente con estar encerrada en estas cuatro paredes! Antes de esto, yo nada más llegaba aquí a dormir. ¡Mi vida está allá fuera! Nadie imagina cómo me siento. Ya me cansé. ¡Bastante ya hago con autocontrolarme! No tengo ni un momento de paz. “Lávate las manos, no salgas, limpia, vuelve a limpiar, todo depende ti, quédate en casa”. ¡Es agotante, pero más allá de eso… angustiante! Me estresa tanta información de alarma. Eso es lo que más preocupa e inmoviliza: la incertidumbre y la soledad.
Los días pasaban, la ansiedad crecía de manera exponencial, incluso más alto que las curvas pandémicas de las gráficas del subsecretario de salud, Hugo López-Gatell. Llegó un momento en que me dolía el pecho de la angustia.
—¿Me falta el aire? No puedo respirar —pensaba mientras caminaba en círculos por la sala.
Apretaba las manos sobre mi pecho. Respiraba despacio, hondo. Mis ojos buscaban una salida; la ventana. Rápidamente me acerqué, la abrí…llenaba una y otra vez mis pulmones. Mientras tanto, mi cabeza descansaba en las protecciones y mis manos se aferraban a ellas, como si mi vida dependiera de eso. Pero, al fin respiraba: la agitación iba calmándose hasta normalizar mi respiración. Veía un pájaro volar, sentía tanta envidia y rabia. Era libre, los papeles cambiaron y mi cuerpo flaqueaba, caí al suelo. Mirando sin mirar, atenta al vacío. Pensaba: ¿qué hemos hecho para merecer esto?
Trataba de alejar los pensamientos negativos pero, pero… ¡No lo podía evitar!
—¿Me enfermaré? Soy muy joven para morir —Mi mente me jugaba una mala pasada otra vez—. ¿Será ansiedad? ¿Locura? ¿Qué pasa si me vuelvo loca? Ya no podré besar al amor de mi vida. Espera… ¡No tengo! Con mayor razón no puedo ni volverme loca ni morir. Me motiva pensar en mi siguiente viaje.
—¿Otra vez? ¡No! —grité molesta. El calor del cuarto aumentaba. Tocaba incesantemente mi frente, mis cobijas iban y venían, como las olas del mar. Otra vez, mi respiración. La noche siempre despierta lo más oscuro de mi mente y mis miedos. Al ritmo del reloj mis pensamientos giraban. Ya no lo soportaba, estaba a punto de estallar de desesperación. Hasta que, de repente, escuché una voz que me decía:
—“No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación”—Era una voz masculina; repetía la frase.
En mi expectación, no supe contestar. De mi boca salían murmullos irreconocibles y entrecortados. No dejaba de hablar, se manifestó ante mis ojos, tomó mi mano y caminamos juntos hacia lo que él denominó “lo maravilloso”.
—Solo lo maravilloso es siempre bello. La imagen se valora por su poder de consternación, por la dificultad de poder leerla y expresarla con palabras coloquiales. Esta belleza es maravillosa por ser irracional, sobrenatural e ilógica —me decía, sin dejar de caminar—. El loco es, por tanto, una transgresión de la realidad. ¿No te parece? —me preguntó.
Yo no concebía lo que mis ojos veían. Enormes caballos y elefantes se alzaban más allá de las nubes. Sus patas eran tan altas y delgadas que parecía imposible que sostuvieran el cuerpo del animal y las bellas esculturas y palacios vivos que transportaban. Me quedé perpleja, estática y extática admirando esa imposibilidad.
Él me miró y, con sutileza, extendió su mano para dejar en la mía un objeto pequeño y con una finísima punta. Y me susurró al oído: “Anda, enséñame tu mundo maravilloso”.
—No creo ser capaz de crear algo tan maravilloso, como lo que mis ojos acaban de ver—. Titubeante dije. Bajé la mirada y me quedé observando la pequeña punta que brillaba en la palma de mi mano.
—Cierra, los ojos —dijo con voz suave—. Aquí no hay barreras, es un lugar en donde los dos estados, aparentemente antagónicos, pueden ser uno. Nadie te va a interrumpir, no hay reglas y la razón se ha perdido entre el laberinto de tus deseos. Déjate llevar por el impulso, por el sentimiento más reprimido que tengas. Déjalo nacer.
De manera automática, comencé a mover la pequeña punta, sin preocuparme por lo que haría por primera vez en mi vida, si sería bello para los demás o si tendría contenido. Únicamente, seguí mi instinto sin que me dominara el miedo personal y social.
Mis movimientos eran rápidos y a la vez lentos, exagerados, marcado… hasta que, finalmente, el sudor corría por mi sien y mi corazón latía con desenfreno. De repente, caí agotada al suelo. Y de nuevo escuché esa voz: “Abre los ojos, maravíllate de lo que has creado”.
Lentamente lo hice. Pero una gran nube de polvo cubría nuestra visión.
—Anda sopla, para que veas tu creación —me dijo.
Fue en ese momento cuando comprendí aquello: lo verdaderamente maravilloso. Con todas mis fuerzas inhalé, para así descubrir lo maravilloso de la creación.
Bibliografía
Adelantado, E. (1990). La revolución surrealista. España: Reproval.
Bretón, A. (1969). Manifiestos del surrealismo. Barcelona: Labor.
Claudia Montserrat Alatorre Vera es historiadora por la Universidad Autónoma Metropolitana- Unidad Iztapalapa (UAM-I) y especialista en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente estudia la maestría en Enseñanza de la Historia de México en curso en Universidad Abierta y a Distancia de México (UNADM), es docente a nivel medio superior, así como colaboradora de Fundación Guendabi’chi’ A. C.
Hermoso
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