Por Amalinalli Armendariz
Fotografía: Ana Cecilia Huerta, Amalinalli Armendariz, Carl Franz, Carlos Pagaza, Matha Romero
“(…) cuál es el bien supremo entre todos los que pueden realizarse. Sobre su nombre, casi todo el mundo está de acuerdo, pues tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y piensan que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz.” (Aristóteles, Ética Nicomáquea, 1, 1095a15)
Todos andamos en busca de la felicidad y, en los últimos años, hemos visto por todos lados anuncios de cursos, talleres, apps, sesiones espirituales, audios en Youtube, yoga, meditación, el uso de mandalas, mantras, entre otras prácticas, que prometen arreglar todo lo que esté mal en nuestras vidas y atraer aquello que tanto deseamos, para, por fin ser felices. En otras palabras, se han puesto de moda en nuestro lado del globo terráqueo prácticas místicas orientales que, después de poco tiempo en occidente, se han ido desvirtuando y desprestigiando por diversas razones y de diversas maneras. Sin embargo, la mayoría de estas no surgieron espontáneamente en nuestra actualidad, sino que se remontan a siglos atrás, siendo conocimientos que pasaron de generación en generación, tras años de búsqueda y estudio en contextos culturales muy diferentes a los occidentales.
En esta ocasión expongo al lector mi experiencia con la meditación Vipassana, pidiendo que suspendan sus juicios hasta el final de la lectura, concediéndome el beneficio de la duda. Antes de comenzar, me gustaría aclarar que no hablaré de una experiencia religiosa. Aunque haga referencia al Buda, no debe entenderse que es una práctica budista en términos exclusivamente religiosos; cualquier persona puede practicarla, sin importar la religión a la que pertenezca, o que simplemente no se identifique con alguna.
Hace algunos años, una amiga encontró en un libro la referencia de un retiro de meditación Vipassana en el que las personas pueden pasar 10 días en silencio, sin contacto con el exterior, con un horario que permite meditar 12 horas al día, con comida y alojamiento gratis; es decir, con todas las facilidades para profundizar en uno mismo, sin distracciones ni preocupaciones. Ella buscó un lugar de esos en México, y encontró el centro de meditación “Dhamma Makaranda”. Me pasó toda la información y mi primera reacción fue de enorme alegría e interés. Buscamos la fecha más cercana para asistir; sin embargo, debido a la alta demanda en los cursos, quedamos en lista de espera y fue hasta seis meses después que logré inscribirme.
Cuando llegó el día de inicio, estaba muy emocionada. Solo había leído información disponible en internet y no conocía a alguien que hubiera asistido antes. Así que todo lo que ocurrió, día a día, fue una sorpresa para mí y eso fue algo que me gustó mucho, pues no tenía expectativas ni referencias de nada.
Lo que se enseña en el curso concuerda con la técnica de liberación del Buda, es decir, con los tres pilares de su enseñanza. En p?li, el idioma que se presume hablaba el Buda, estos pilares son s?la, sam?dhi y paññ?. S?la significa moralidad, seguir un código de conducta que respete la vida y bienestar de uno mismo y de cualquier otro ser vivo. El siguiente pilar es Sam?dhi, el dominio de la mente, concentración. Controlar la mente es algo muy complejo y la idea es que, al lograrlo, es más fácil salir del sufrimiento. El tercer pilar es Paññ?, sabiduría obtenida de la experiencia propia y de lo impermanente.
Cuando inicia el curso, se acepta observar una moral adecuada, trabajando así el s?la. Durante los primeros tres días se practica un tipo de meditación llamado Anapana, que consiste en ser consciente de la respiración, de cuando se inhala, se exhala y las sensaciones que esto produce en la zona de la nariz. El motivo de poner atención a la respiración es el concentrar la mente (sam?dhi) y hacerla capaz de sentir la sutileza de las sensaciones.
El cuarto día se enseña la técnica de meditación Vipassana. ¿Qué significa esta palabra?, ver las cosas tal como son. Es una de las técnicas de meditación más antiguas. Se enseñaba en la India hace más de dos mil quinientos años como una cura universal para problemas universales, es decir, como un arte, el “Arte de Vivir” («Vipassana Meditation», 2019).
Dicha técnica consiste, grosso modo, en ser consciente de las sensaciones que existen en todas las partes de nuestro cuerpo y comprender que todas ellas son impermanentes, sin reaccionar a ellas, simplemente observarlas. ¿Por qué es esto importante? Nuestra mente está condicionada a que, en cuanto percibe algo con los sentidos, juzga esta información -si es buena, mala, agradable o desagradable- y reacciona, según sea el caso, de manera “inconsciente”, llevando a dos estados principales, aversión o apego a las cosas que nos suceden, desembocando en sufrimiento cuando los tenemos o cuando los perdemos.
La idea es que, al entrenar la mente para que simplemente observe qué ocurre en los sentidos y deje de reaccionar sin conciencia, se desarrolla la ecuanimidad y somos capaces de ver las cosas objetivamente. ¿Y cómo ayuda esto a vivir más felices? Pues bien, el secreto es poner atención en las sensaciones, pues cuando, por ejemplo, se experimenta ira u odio, en el cuerpo aparecen cierto tipo de sensaciones algunos segundos antes, como un semáforo en amarillo.
Pero no se trata de detener la emoción, sino observar cómo se siente en el cuerpo y esto no sucede solo con emociones “negativas”, sino con la felicidad y estados de goce. No se trata de “no ser felices” o “no disfrutar de las cosas agradables que nos suceden,” sino en estar conscientes de que esas sensaciones también son impermanentes, por lo que es bueno disfrutar de ellas con plenitud y sin apegos.
De alguna forma, se desarrolla la ecuanimidad y es posible apreciar cambios en nuestro modo de reaccionar ante las situaciones de la cotidianidad, pero esto solo continúa cuando se mantiene la práctica en casa. Así, meditar nos lleva a vivir con más tranquilidad en nuestro interior y, por lo tanto, en nuestro entorno. Sé que todo esto puede sonar a un milagroso curso mágico, de esos que prometen arreglar tu vida y quiero aclarar que no es así: implica disciplina, tiempo y compromiso con uno mismo.
Ahora bien, regresando al curso, el día diez se aprende una nueva técnica llamada Mett? Bhavana, amor benevolente o compasivo. Esta técnica consiste en compartir el amor que sentimos hacia todos los seres, deseando que sean felices y estén en paz. Después de esta práctica, se rompe el silencio y todos los practicantes pueden conversar; esto con la idea de que el regreso a la vida normal no sea complicado después de nueve días en introspección.
Comparto con el lector que, desde que salí de mi primer curso, me sentí muy diferente, más tranquila, con más amor y comprensión hacia los demás y hacia lo que me sucedía, más presente en el momento, más feliz. Honestamente, recomiendo que todos vayan y lo vivan por sí mismos, es una experiencia fuerte, interesante y benéfica.
Bibliografía
Aristóteles, Palli Bonet, J., Garci?a Gual, C., & Racionero Carmona, Q. (1985). Ética Nicoma?quea; Ética eudemia. Madrid, Espan?a: Gredos.
Vipassana Meditation. (2019). Consultado el 25 diciembre 2019, obtenido de https://www.dhamma.org/es/index
Amalinalli Armendariz Jaramillo es egresada de la licenciatura de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus líneas de investigación se relacionan con la filosofía de la mente, filosofía del cuerpo, filosofía japonesa, el budismo, la meditación y otros aspectos relacionados al pensamiento oriental. Actualmente forma parte del grupo de Redacción Digital QUIXE.